lunes, 7 de julio de 2014

Disención

Yo no empecé esa lucha pero podría haberla evitado. Podría haber ignorado su desafío arrogante y altivo pero no fue así, el orgullo me pudo. Me di cuenta demasiado tarde que una vez empezado, era imposible dar marcha atrás.
Nos aferramos mutuamente y comenzamos una batalla sin cuartel. Mi confianza comenzó a mermarse cuando, sin apenas esfuerzo, me oprimió contra sí, yo continué en mi empeño con más voluntad que convicción cuando la frustración me hizo comprender que estaba perdiendo y poco podría. En silencio, rogué una tregua que me concedió con menosprecio, apoyé la espalda contra la pared mientras recuperaba fuerzas y meditaba si debía ceder a su voluntad.

Una gota de sudor recorrió mi sien, jadeé exhausta y cerrando los ojos con fuerza, mientras intentaba tomar aliento una vez más, continuamos con furor. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos así, pero mi agotado cuerpo rebelaba que fue mucho, demasiado. Me vi obligada a suplicar otra tregua que, para mi apocamiento, volvió a ser concedida. No sé cómo, pero volví a reunir fuerzas y me dispuse a continuar con esa desproporcionada lucha en mi contra. 
Me estaba ganando y lo sabía, pero yo no pensaba darme por vencida, puede que me derrotase, pero no se lo dejaría fácil. Cerré las manos pellizcando con rabia y caímos sobre la cama, sentí que me oprimía las caderas, incluso noté que se jactaba de su ventaja. Arqueé la espalda a la vez que pataleaba con desesperación, apreté los dientes gimiendo a causa del esfuerzo y la ligera abrasión dejaba en mi piel. Pero no podía permitirme desfallecer, es superior a mí lo sé, pero no puedo permitir que me venciese, así no.

Lo solté de nuevo, me incorporé para caer al suelo de rodillas apoyando la frente sobre el dorso de mis manos, Mi voluntad antes férrea, comenzó a cubrirse de herrumbre. Me sentí humillada y quise someterme a la inexorable realidad, pero ese pensamiento solo duró apenas un segundo. Negué con la cabeza y volví en mí, fruncí los labios mientras tragaba saliva con dificultad, oí a mi interior jalear y lentamente, volví a ponerme en pie. Lo agarré con rabia y furia desenfrenada a la vez que contorneaba mi cuerpo en una danza compulsiva. 
Resistió mi contraataque sin dificultad hasta que volvimos a caer de nuevo sobre la cama. Pero no desistí, pataleé esa vez con más furia y noté cómo poco a poco comenzaba a ceder. El retroceso en su lucha renovó mis fuerzas. No podía detenerme, ya no podía porque sentí que la victoria estaba muy cerca y renovó mi energía y fuerza.

Hice acopio de todas las fuerzas que me restaban, oprimió mis caderas con más fuerza que antes pero no consiguió doblegarme una vez más. Supe entonces, que todo dependía de un único esfuerzo más. La balanza se inclinaría en uno u otro lado y debía ser yo quien diese el golpe de gracia para sentenciar definitivamente aquella lucha. Pero mis fuerzas comenzaron a mermar y justo cuando estaba a punto de abandonar, cedió por completo y al fin, con gran alivio, exhalé con exaltación para celebrar mi triunfo.

Esperé unos minutos hasta recuperar el aliento por completo. Me incorporé despacio y lo miré con desdén mientras me regodeaba de mi victoria. Con tranquilidad, me acicalé ante el espejo, peiné mis cabellos alborotados sin poder ni querer borrar la amplia sonrisa que iluminaba mi cara. 
Salí de la habitación no sin antes mirarlo una vez más para regodearme con soberbia a su costa. 

Salí a la calle orgullosa de mi hazaña, caminé calle abajo con un poco de dificultad pero bien disimulado, sonriendo a quien se cruzaba conmigo. Recuperada por completo, rememoré lo ocurrido, ¡quería gritar, reír, contar a todos los que quisieran escucharme lo que había ocurrido!, pero sabía que había guardar cautela, por mí. 
No debía ni quería hablar de ello, aquella batalla es personal y nadie debe saberlo, será mi secreto. A fin de cuentas... ¿A quién le importa el trabajo que me ha costado enfrascarme en estos puñeteros pantalones?