miércoles, 3 de septiembre de 2014

Citas IV

"No puedes arreglar con palabras lo que destruiste con hechos"
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"Yo no cambio, solo me adapto a las circunstancias"

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"Podrán arrojar tu memoria a la sima infinita y podrá nadie recordarte. Podrán hacer todo eso y más, pero tú y sólo tú, tienes el modo de impedirlo"

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"La humanidad no estaría entredicho si hubiese más acciones y menos oraciones"

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"No podría ser como la lechera, con tantas piedras en el camino no ganaría para cántaros"

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"Cuando quieras poner la mente en blanco, fija la vista en un punto. Pero ten cuidado que no sea una mosca, puedes acabar mareado"

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"No es por el modo que llenas mi vida, es por el vacío que provoca tus ausencias"

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"Arreglar el mundo es fácil, basta con acentuar las semejanzas obviando las diferencias"

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"El poeta es extremista por defecto. Precisa de la emoción del principio y la desesperación del final"

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"Es mejor recordar algo que imaginar cómo hubiese sido"


sábado, 16 de agosto de 2014

Vaticinio

Enmarcada en una ventana, una figura arropada en la oscuridad... Ella.
Con pasividad irreal, fumaba un cigarrillo y en cada calada, se iluminaba tenue su rostro que parecía difuso a excepción de su mirada. Sus ojos, lo único que podía ver de ella con claridad pese a la distancia, me traspasaban pero no estaban fijos en mí, parecían mirar más allá de cualquier cosa tangible. 
Los suaves chasquidos de una farola rompían el silencio absoluto de la noche cerrada, parpadeaba un par de veces para iluminar aquel rostro un par de segundos y volver a apagarse. Como un algoritmo, el proceso se repetía... El cigarrillo y sus ojos opacos, la farola y su rostro. Ese rostro enigmático pigmentado en tonos grises que me resultaba terriblemente familiar pero cada ciclo era como si fuese la viese por primera vez.
Otra calada, de sus labios cerrados, expela un humo denso y blanco. Forma un leve remolino y se dirige hacia mí contorsionándose hasta formar una palabra pero se difumina antes que yo pueda descifrar el mensaje.

Y me despierto...

Un gran salón con iluminación ocre y muy concurrido. La multitud camina en círculos arrastrando los pies, el siseo de los pasos me provoca vértigo. Giré y giré sobre mi eje intentando distinguir a alguien, pero fue imposible, siempre estaban de espaldas. Y en medio de aquel salón... Ella.
Vestida de gala, impoluta y soberbia porte. Su faz estaba difuminada, como si fuese un retrato al pastel que alguien intentó borrar. Aún así, pude notar como sus ojos me traspasaban pese que miraban sin ver.
El ritmo de la multitud aceleró por momentos, el siseo de los pies arrastrar se convirtió en un sonido ensordecedor que conminaba a perder la razón. Pronto, sus siluetas se extendieron hasta convertirse en líneas multicolores y comencé a sentir la fuerza centrífuga que absorbía mi fuerza vital dejando mi cuerpo cada vez más frío.

Y me despierto...

Estoy frente a un lago, rodeada de árboles teñidos de añil, ámbar y malva. Un sol sin brillo se alza sobre mi cabeza pero la sombra de la fronda, se inclina en derredor al centro del lago como marcas de reloj. Y en el núcleo de ese paisaje falaz... Ella.
Levitando sobre el agua turbia, con la cabeza hacia atrás mirando fijamente a ese sol y con los brazos alzados convirtiendo su figura en un cáliz esperando ser llenado. A modo de cántico, emitía sollozos, lamentos y palabras ininteligibles que invadía todo el páramo. La desazón, la aflicción y la tristeza se apoderaron de mí evaporando mi ánima y vierto una lágrima que al caer al suelo, trasforma el panorama al instante en un lugar yermo y mi cuerpo, comienza a emitir crujidos secos transformándose en un objeto pétreo y gris.

Y me despierto...

Estoy en lo alto de un acantilado de puntiagudas y afiladas rocas. Lucho contra el viento voraz y desafiante por mantenerme en pie. Las olas rompen es su base con furia, la espuma marina me salpica y rápidamente me encuentro empapada. El cielo tintado de gris amenazador, blanquecido fugazmente por constantes rayos que caen con furia en el mar. Y en el borde de la sima... Ella.
Su vestido blanco ondeaba con gracia a contra viento, balanceaba su cuerpo como si se dejase llevar por una música somnífera que solo ella escucha, pese a que está de espaldas a mí, puedo sentir que sonríe.
Camino hacia Ella, mis empapados y pesados ropajes, ahora convertidos en harapos hechos jirones, dificultan mi empresa. Y cuando estoy a punto de alcanzarla, se pone en puntillas extendiendo los brazos en cruz y cae al vacío. 
Desciendo por el barranco acongojada, las aristas afiladas como cuchillas hieren mi piel sin causarme dolor alguno. Al fin llego hasta su cuerpo inerte, contorsionado de forma imposible y su siempre rostro etéreo cubierto por su brillante y sedosa cabellera. Miro mis manos ensangrentadas, dudando si mancillar su impoluta efigie con la secreción de mis heridas, pero finalmente me decido y aparto su melena. Al fin puedo ver su rostro, pero la incertidumbre se convirtió en pavor al comprobar que Ella siempre fui yo.

Y me despierto...







miércoles, 6 de agosto de 2014

Crónicas de Kal y Mor. (Título provisional)

El corazón le latió con violencia, intentó escudriñar en la oscuridad para encontrar aquello que le había despertado tan repentinamente. Se convenció que podría haber sido una pesadilla y cerró los ojos intentando recordar qué había soñado.
-¡Luz, corre!- siseó Madre tras abrir la puerta con violencia.
Confusa, asustada y aún somnoliente, se vio arrancada de su cama y arrastrada al interior del armario. Intentó preguntar a Madre qué ocurría, pero la mirada de terror que reflejaba su mirada, la enmudeció.
- Oigas lo que oigas, no salgas hasta no escuchar nada ¿entendido?
- ¿P-pero q-qué ocurre Madre?- consiguió balbucear.
- No hay tiempo para explicar nada, ojalá lo hubiese hecho antes...- Madre giró la cabeza en dirección hacia un sonido que pareció solo oír ella - ¡Quédate aquí y obedece- sentenció.
Luz contrajo los labios para reprimir el temblor que precedía al llanto, asintió en silencio. Empezó a espabilarse y pensó que podría tratarse de algún ladrón que había entrado en casa. Antes que Madre cerrase la puerta del armario, pudo distinguir en la penumbra, un brillo en su mirada que pareció una despedida.
Agudizó el oído para seguir los pasos de Madre mientras bajaba la escalera de madera. El sonido se detuvo repentinamente tras un sonido sordo, parecido al de un cuerpo caer, después... silencio absoluto.

Agazapada en el fondo del armario, esperó casi conteniendo el aliento. Se mantuvo así hasta que las piernas se adormecieron. Con sigilo, se puso en pie y repartió el peso de su cuerpo de una pierna a otra, hasta que el desagradable cosquilleo desapareció por completo.
Todo continuaba en un silencio irreal y movida más por la preocupación que por la curiosidad, reunió el valor para salir del armario. La puerta de su dormitorio estaba entornada, con movimientos casi felinos, escudriñó por la apertura. Sintió la tentación de llamar a Madre, pero algo en su interior se lo impidió.
Comenzó a bajar las escaleras, tomando su tiempo por cada escalón y procurando que la vieja madera no crujiese. A la mitad, se agazapó y con la cara entre los barrotes tallados, intentó encontrar a Madre en el piso inferior. Confusa, frunció el ceño al ver un trozo de tela tirado frente a la puerta principal. Sin apartar la vista de aquella prenda, terminó de bajar las escaleras rápidamente pero con cautela. Ahí abajo, el ambiente estaba viciado, olía como agua estancada y moho. Se acuclilló y cogió con los dedos a modo de pinzas la tela y comprobó con asombro y miedo que se trataba del camisón de Madre parcialmente enterrado en una especie de ceniza gris.

El carillón del reloj marcó las cuatro. Sobresaltada, se irguió girando la vista en dirección del sonido...
Todo ocurrió en un instante aunque Luz lo vio lentamente como imágenes secuenciadas. Tras de sí, había un grupo de hombres ataviados con una especie de túnicas negras y sus rostros estaban parcialmente tapados con unas capuchas, solo pudo vislumbrar claramente, una sonrisa cínica frente a ella.
Desde atrás, alguien le tapó la cabeza, presumiblemente un saco, gritó desesperada mientras intentaba zafarse de unos fuertes brazos que la retenían. Tras sus gritos, pudo oír que pronunciaban unas palabras al unísono en un idioma que fue incapaz de distinguir. Comenzó a sentir vértigo, su conciencia entró en una oscuridad fría y ya no pudo oír ni sentir nada...



domingo, 20 de julio de 2014

Asunto pendiente.

La última vez que se vieron, eran unos adolescentes y buenos amigos, más que buenos amigos. Durante su infancia y por muchos años fueron uña y carne, confidentes e inseparables.
Aunque su amistad rozaba lo fraternal, hubo momentos en los que, sin poder evitarlo, los sentimientos se confundían. En algunas ocasiones, fue ella la que quiso traspasar la línea de la amistad y en otras fue él, pero siempre uno u otro, anteponía la amistad ante cualquier impulso, porque ambos tuvieron siempre ese temor de que todo podría cambiar y no volver a ser lo mismo entre ellos. 

Pero quince años después, cuando apenas uno recordaba al otro, se encontraron por casualidad. Aunque ya convertidos en hombre y mujer. Aún así, las miradas que cruzaron, fueron las de aquellos muchachos que crecieron juntos. Pareció que el tiempo no había pasado y hablaron como si solo hubiese pasado un par de días desde la última despedida.  
Hablaron hasta bien entrada la noche. Ahondando en los recuerdos, haciendo resurgir los sentimientos de antaño y poniéndose al día de las respectivas rutinas. Siquiera se habían dado cuenta que sus manos estaban entrelazadas y se acariciaban mutuamente con los pulgares. Con ternura, recordaron aquel primer beso inocente que se dieron cuando aún eran unos infantes, rieron por la torpeza de entonces y lo raro que resultó aquello.

Él habló de su presente, se jactó que aún no había conocido quien le haga sentar la cabeza, ella sermoneó con cariño su conducta que parecía seguir inamovible desde la pubertad. Ella, habló de un nuevo amigo al que tenía mucho cariño y equivalió esta nueva amistad a la de antaño. Él pareció molestarse y protestó con algo de sorna, por la suplencia en su "puesto". Ella rió la broma, pero pudo comprobar por su mirada, que había franqueza ante esa ligera chanza.

- ¿Alguna vez, quisiste "hacerlo" conmigo? - Preguntó él mostrándose repentinamente serio - Me refiero en aquella época.
- Sí, alguna vez - contestó ella simulando entereza e intentando aparentar serenidad - Pero recuerda que me paraste los pies.
- Bueno, en eso estamos empatados ¿no? - Sonrió con picardía - También me lancé alguna vez que otra y también fuiste tú frenaste.
- Sí, tuvimos un tiempo de "tira y afloja" - contestó con una risa forzada - Pero seguro que ahora te alegras. Seguro que no hubiésemos sido tan amigos si hubiéramos dado aquel paso. ¿No crees?
- ¿La verdad? - preguntó mientras apretó su mano, carraspeó cuando ella asintió con la cabeza, él mantuvo un tono neutral - Ahora que te veo de nuevo, me arrepiento de no tener ese recuerdo, siento que eso es un asunto pendiente entre nosotros.
- Bueno, es que... - inconscientemente, ella apartó la mano - Teníamos algo más fuerte, nuestra amistad...
- Ya - interrumpió tajante - Nuestra amistad era más fuerte, sí. Pero aún así, nos separamos, cada uno tomó un camino diferente, hicimos nuestras vidas y hasta hoy, no hemos sabido el uno del otro. 
- Bueno sí - ella notó que se ruborizaba - Pero entonces no imaginábamos que nos separaríamos.
- A eso me refiero, que no sirvió de nada - volvió a coger su mano - ¿No piensas lo mismo?
- ¿Qué?
- Que aún nos queda un asunto pendiente.
- Bueno, yo creo que... - ella se ruborizó y el corazón latió desbocado - Todo es distinto, ya no soy la que era aunque no puedo decir lo mismo de ti.
- ¿A qué te refieres?
- Yo... he madurado.
- No me lo creo, sé que sigues siendo aquella del pasado, lo veo en tus ojos, la tienes oculta - él habló mirando fijamente a sus ojos mientras le sujetaba la barbilla - Busca esa chica liberal de antaño, sé que está en algún lugar de tu interior. Quiero que la despiertes, quiero hablar con ella.
- ¿Y qué quieres decirle? - ella contestó casi susurrando y con una mueca que se asemejaba a una sonrisa.
- Que no pido compromiso, ni promesas, siquiera un mañana o un quizás. Que quiero lo que ofreció a otros hace tiempo. Quiero lo que siempre dio: Un aquí, ahora y sin posibilidad de una reiteración. Quiero ver solo una vez más, aquella que fuiste, pero conmigo. Quiero saber qué me perdí al rechazarte y al ser rechazado.

Ella apretó los labios, de repente, le bombardearon miles de incógnitas. Era cierto que hasta aquel momento, apenas había pensado en él, tan cierto como que no podía negar la curiosidad de querer solventar aquella incógnita no le pareció tan descabellada a medida que lo pensaba. Estar con él, una sola vez, tal y como se lo está pidiendo ahora, sin compromisos...
Pero, había pasado mucho tiempo, ya no tenían diecisiete años y precisamente, en aquel momento de su vida, ella había conocido a alguien. Ese alguien, no había dejado nada a entrever, siquiera una indirecta o alguna señal que indicase que podría haber algo más entre ambos, pero en ella comenzaba a nacer un sentimiento sano y puro...
Él estudió su mirada, sus gestos, parecía saber lo que pensaba. Ella se mordió el labio inferior quiso responder pero no le dejó, como antaño, ella era un libro abierto para él. La miró a los ojos y negó con la cabeza sonriendo con amplitud. Proclamó una tregua para la propuesta con la condición que ella respondiese después de pensarlo detenidamente. Ella accedió a pensar sobre el asunto, poco a poco, la tensión generada se fue disipando y el resto de la velada transcurrió como si la conversación que acababan de tener, nunca se produjo.

Una semana después, ella se detuvo en la esquina de la plaza para poder recuperar el aliento. Sin darse cuenta, el último tramo hacia su cita, lo había recorrido con premura, casi corriendo. Le localizó en el punto de encuentro acordado. Mientras recobraba la serenidad, pudo contemplarle sin ser vista. Sintió el corazón encoger y seguidamente, latió con violencia.
Había aceptado, de algún modo, quería volver a ser la que fue, aunque fuese solo una vez más. Y allí estaba, él la esperaba sentado en la terraza del bar donde habían quedado, en apariencia, parecía tranquilo pero supo que también estaba nervioso, le delató el tamborileo de sus dedos sobre la mesa. 
Ella tomó aire muy despacio para recomponerse y caminó hacia él con paso decidido haciendo alarde de seguridad en su persona.
Se saludaron con un casto beso en los labios y tras un breve refrigerio, emprendieron el camino cogidos de las manos, hacia el hotel que él había reservado para aquella ocasión. El pequeño recorrido, lo hicieron en silencio.
Mientras esperaban el ascensor, él arremetió contra ella besando su cuello con ansiedad. Ella sintió un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Ese momento que deseó tantas veces como rechazó, estaba a punto de ser un hecho. Correspondió al beso apasionado que le brindó, sintió su miembro viril endurecido sobre su muslo y aspiró su aroma de hombre con saciedad. No podía creerlo, estaba con él, después de tantos años... Pero, como una ráfaga, la visión de aquel nuevo amigo que nunca dijo ni prometió nada, se interpuso entre ambos. Ella abrió los ojos para mirarle, intentando borrar la visión de aquel que se le había manifestado en su subconsciente pero la visión continuaba y la miraba con con decepción. 
Volvió a la realidad y miró al indicador del ascensor, parecía que no iba a llegar nunca. ¿Por qué sentía que estaba traicionando?¿Por qué sentía miedo de perder lo que no tiene? Uno está en su cabeza, distante y evasivo, quizás irreal y el otro está aquí y ahora real, dispuesto y deseoso...

- No, espera - ella murmuró suplicante. Él la interrogó con la mirada, intentó besarle de nuevo pero ella lo apartó de sí apoyando ambas manos sobre su prieto torso, insistiendo -No... no puedo.
- ¿No puedes o no quieres? - él preguntó con una mezcla de desconcierto y decepción en su voz - ¿Qué ocurre?
- Ha sido un error - ella habló entrecortada - Lo siento, de veras que lo siento. Pero será un error imperdonable.
- ¿Un error? - En lo que dura un parpadeo, la mirada de él,  pasó de la incredulidad a la ira. Quiso retenerla, la sujetó por los brazos acorralándole entre sí mismo y la pared. - ¿Qué me estás diciendo?
- Que, que - ella intentaba que no se le quebrase la voz en vano - Que entre tú y yo no debe cambiar nada.
- ¿A qué juegas, te estás riendo de mí? - preguntó con ira contenida - ¿Por qué me haces esto, qué te he hecho yo?

Entre balbuceos, ella intentó explicarse, de sus labios salieron palabras de fidelidad y nueva ilusión. Suplicó comprensión, intentó explicar que no podría hacer esto sin sentirse culpable. Pero la mirada que la traspasó, fue la de un hombre humillado y no quedaba nada de su amigo de juventud. Quiso marcharse pero él no la dejó.
- Me lo debes - dijo él la voz quebrada por la impotencia y la rabia - ¡Me lo habías prometido!
- Lo siento, debes creerme - insistió ella - Si no hubiese nadie en mi camino, te aseguro que yo...
- No hay nada dicho entre vosotros - insistió - Y yo solo te pido un aquí y ahora.
- No puedo... no debo...
- ¡No! - intentó retenerla con fuerza inconsciente de que la estaba dañando - Me diste tu palabra y yo pienso cumplir con la mía.

Ella consiguió zafarse de él, salió corriendo hacia la calle sin querer ni poder mirar atrás. Corrió calle abajo desesperadamente para intentar huir de la incertidumbre que le había dominado. Una incertidumbre en la que había una lucha voraz entre un presente con deseo de futuro y un pasado resurgido del olvido.
Pudo sentir que él la seguía a poca distancia pero no podía dejar que la alcanzase porque había tomado una decisión y era tarde para echarse atrás. Y si parase ahora, no estaba segura de poder rechazarle una vez más. Porque en el fondo de su ser, también deseaba aquel encuentro imposible.
Consiguió coger un taxi y mientras el vehículo emprendió el camino. Su voluntad la traicionó, bajó la ventanilla sacando la cabeza por ella.
- ¡Lo siento!- gritó abatida -¡Espero que sepas perdonarme!
- ¡No pienso renunciar a ti ahora que has vuelto a mi vida! - él gritó desgarrando su garganta mientras intentaba en vano alcanzarla - ¡¿Me oyes?! ¡Es un juramento... Tarde o temprano, cumpliremos nuestro asunto pendiente!...
Ella se acurrucó en el asiento del taxi luchando contra sí para retener las lágrimas que amenazaban por salir. Deseó con todas sus fuerzas que la decisión que acaba de tomar sea la correcta porque sabía que si no era así, se arrepentirá de esto toda su vida.



lunes, 7 de julio de 2014

Disención

Yo no empecé esa lucha pero podría haberla evitado. Podría haber ignorado su desafío arrogante y altivo pero no fue así, el orgullo me pudo. Me di cuenta demasiado tarde que una vez empezado, era imposible dar marcha atrás.
Nos aferramos mutuamente y comenzamos una batalla sin cuartel. Mi confianza comenzó a mermarse cuando, sin apenas esfuerzo, me oprimió contra sí, yo continué en mi empeño con más voluntad que convicción cuando la frustración me hizo comprender que estaba perdiendo y poco podría. En silencio, rogué una tregua que me concedió con menosprecio, apoyé la espalda contra la pared mientras recuperaba fuerzas y meditaba si debía ceder a su voluntad.

Una gota de sudor recorrió mi sien, jadeé exhausta y cerrando los ojos con fuerza, mientras intentaba tomar aliento una vez más, continuamos con furor. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos así, pero mi agotado cuerpo rebelaba que fue mucho, demasiado. Me vi obligada a suplicar otra tregua que, para mi apocamiento, volvió a ser concedida. No sé cómo, pero volví a reunir fuerzas y me dispuse a continuar con esa desproporcionada lucha en mi contra. 
Me estaba ganando y lo sabía, pero yo no pensaba darme por vencida, puede que me derrotase, pero no se lo dejaría fácil. Cerré las manos pellizcando con rabia y caímos sobre la cama, sentí que me oprimía las caderas, incluso noté que se jactaba de su ventaja. Arqueé la espalda a la vez que pataleaba con desesperación, apreté los dientes gimiendo a causa del esfuerzo y la ligera abrasión dejaba en mi piel. Pero no podía permitirme desfallecer, es superior a mí lo sé, pero no puedo permitir que me venciese, así no.

Lo solté de nuevo, me incorporé para caer al suelo de rodillas apoyando la frente sobre el dorso de mis manos, Mi voluntad antes férrea, comenzó a cubrirse de herrumbre. Me sentí humillada y quise someterme a la inexorable realidad, pero ese pensamiento solo duró apenas un segundo. Negué con la cabeza y volví en mí, fruncí los labios mientras tragaba saliva con dificultad, oí a mi interior jalear y lentamente, volví a ponerme en pie. Lo agarré con rabia y furia desenfrenada a la vez que contorneaba mi cuerpo en una danza compulsiva. 
Resistió mi contraataque sin dificultad hasta que volvimos a caer de nuevo sobre la cama. Pero no desistí, pataleé esa vez con más furia y noté cómo poco a poco comenzaba a ceder. El retroceso en su lucha renovó mis fuerzas. No podía detenerme, ya no podía porque sentí que la victoria estaba muy cerca y renovó mi energía y fuerza.

Hice acopio de todas las fuerzas que me restaban, oprimió mis caderas con más fuerza que antes pero no consiguió doblegarme una vez más. Supe entonces, que todo dependía de un único esfuerzo más. La balanza se inclinaría en uno u otro lado y debía ser yo quien diese el golpe de gracia para sentenciar definitivamente aquella lucha. Pero mis fuerzas comenzaron a mermar y justo cuando estaba a punto de abandonar, cedió por completo y al fin, con gran alivio, exhalé con exaltación para celebrar mi triunfo.

Esperé unos minutos hasta recuperar el aliento por completo. Me incorporé despacio y lo miré con desdén mientras me regodeaba de mi victoria. Con tranquilidad, me acicalé ante el espejo, peiné mis cabellos alborotados sin poder ni querer borrar la amplia sonrisa que iluminaba mi cara. 
Salí de la habitación no sin antes mirarlo una vez más para regodearme con soberbia a su costa. 

Salí a la calle orgullosa de mi hazaña, caminé calle abajo con un poco de dificultad pero bien disimulado, sonriendo a quien se cruzaba conmigo. Recuperada por completo, rememoré lo ocurrido, ¡quería gritar, reír, contar a todos los que quisieran escucharme lo que había ocurrido!, pero sabía que había guardar cautela, por mí. 
No debía ni quería hablar de ello, aquella batalla es personal y nadie debe saberlo, será mi secreto. A fin de cuentas... ¿A quién le importa el trabajo que me ha costado enfrascarme en estos puñeteros pantalones?




martes, 1 de julio de 2014

Desafío Literario.

XL

Cómo explicar lo que siento cuando me enfrento al papel en blanco.
Ocasionalmente, mis musas me abandonan, me dejan sola.
No me dejo vencer con facilidad pues mi meta está en lo alto.

Numerosos son los retos y encuentro más derrotas que logros.
Encontrando formas de avanzar, obviando aquello que me asola.
Objetivo marcado, aplanar el camino de todo escollo.

Con más ilusión que convicción, me dispongo a plasmar mi idea.
Unificando los sentimientos entre versos y palabras.
Tácitamente doy forma a todo lo que mi mente planea.

Recorro kilómetros de tinta narrando historias, vivencias.
Encauzando el destino de personajes a los que di vida.
No hay forma de parar, debo llegar al final con diligencia.

El final está en mi cabeza pero aún falta para llegar.
Obstinada y tenaz, con ojos vidriosos por falta de sueño.
Inevitable momento, el punto final debo ya agregar.

Nuevo reto al que me enfrento, saber el veredicto final.
Diversas opiniones me esperan, pero ya estoy preparada.
Impaciente espero que mi pasión al fin sea algo oficial



miércoles, 18 de junio de 2014

Versátil

Tres horas pasaron de la media noche, el local estaba rebosante y reinaba buen ambiente. Bailé como solía hacer, embriagándome con el son de la música mientras contorneaba mi cuerpo de modo insinuante. Me encantaba la sensación de ser observada para ignorar seguidamente las miradas que me dirigían. Cerca de cumplir los veinte años, sentía que tenía el mundo al alcance de las manos y podía hacer lo que me apetiera y cuanto quisiese.
La música cambió de estilo y me dirigí al rincón donde estaban sentados algunos de los amigos que formaba el grupo con el que solía salir. 
Sirvieron nueva ronda de cerveza, alguien pidió por mí y me limité a alzar el botellín para agradecer la invitación sin dirigirme a nadie en particular, mi vecino del segundo, se apresuró para notificar la autoría de dicho gesto. Tuvimos una breve y banal charla, quise reunirme con algunos compañeros de clase que vi en la pista de baile y dejé la bebida sobre la mesa, alargué el brazo de tal modo que dejé que el tirante de mi vestido se resbalase de mi hombro. Puede que fuese por inercia o que no se pudo contener, pero él lo colocó en su sitio mientras me acarició disimuladamente con el pulgar. Le miré fugazmente y me erguí zozobrada. "Tengo ganas de ti" me susurró al oído. Sonreí halagada y con timidez, me incliné hacia delante para coger mi bebida de nuevo y así ocultar el brillo de satisfacción con un ápice de malicia que apareció en mis ojos al mismo tiempo que dejaba mi escote al alcance de su mirada.
Después de varias semanas de coqueteos inocentes y sutiles insinuaciones, al fin entró en mi terreno y decidió a dar el paso. Me encantaba que pensasen que son ellos los que se lanzan.

La velada transcurrió como cualquier salida, nadie podía darse cuenta de lo que se avecinaba entre nosotros, era parte del juego... mi juego.
Nos dispusimos a regresar cada uno a sus respectivas casas. El grupo se iba desgranando poco a poco a medida que recorrimos las calles. Hablamos todos, mezclando conversaciones de exámenes, trabajos y planes para una nueva escapada colectiva.
Cuando llegamos a nuestro portal, me despedí de todos con un par de besos de cortesía en las mejillas, dejando a mi vecino el último a propósito y acepté su invitación con la mirada antes de entrar en mi piso y desaparecer en su interior.
Permanecí en silencio con la espalda apoyada en la puerta, pude escuchar sus pasos al subir las escaleras hasta que reinó el silencio. Fruncí el ceño molesta ante el desplante, él sabía que estaba sola en casa, era una oportunidad imposible de rechazar. Ya me disponía a acostarme, cuando volví a escuchar sus pasos, esta vez descendiendo rápidamente. Llamó a la puerta con los nudillos y sonreí con malicia mientras esperaba que volviese a llamar. Mientras giraba el pomo, cogí aire y exhalé lentamente para mentalizarme en el papel que debía interpretar. Abrí la puerta despacio y miré hacia el descansillo con una mezcla de sorpresa y perturbación. Sus ojos azules se clavaron en mí mientras sus labios carnosos dibujaron una sonrisa confidente, todo su cuerpo trasmitía seguridad en sí mismo. 
Me dejé llevar hasta el trastero comunitario y atrancó la puerta. Fingí nerviosismo mientras él se apresuró en apartar algunos trastos para poder tirar al suelo, un colchón que allí había. 
Me besó con avidez mientras deslizaba sus manos bajo mi vestido para explorar mi intimidad. Cumpliendo con las normas del juego, dejé que él llevase las riendas. Apretó mis nalgas con firmeza para levantarme, crucé las piernas alrededor de su cintura y me llevó hacia el colchón. Nos dejamos llevar arrastrados por el deseo contenido aderezado con los vapores del alcohol. Desinhibidos, nuestros cuerpos se fusionaron en una lucha de lujuria salvaje hasta quedar extenuados y sudorosos.
Nos despedimos al despuntar el alba, una vez sola en mi piso, miré hacia el techo sonriendo como una niña orgullosa de su travesura, mientras el sonido de sus pasos desaparecían un par de pisos más arriba. Me tumbé en la cama quedándome dormida casi al instante.

Al día siguiente, ninguno mencionó lo ocurrido. Continuamos comportándonos como siempre, tanto cuando estábamos en grupo o cuando coincidíamos a solas. Aunque de vez en cuando, sí que le dedicaba breves miradas tiernas o sonrisas confidentes. Al cuarto día, volvió a mi encuentro.
Subí a la azotea para tender la ropa mientras cantaba en voz alta para cerciorarme que me escuchaba, aminoré el paso cuando llegué a su descansillo. Pude adivinar que me espiaba por la mirilla porque una sombra delatadora apareció bajo su puerta. 
Una vez en la azotea, continué cantando mientras tendía la ropa, apareció de repente tras una sábana y gesticulando con intención de asustarme. Lancé un chillido para demostrar mi sorpresa ante tan "repentina" aparición mientras me reía aceptando la broma. Se prestó a ayudarme y acepté con una sonrisa cortada mostrando que su presencia me turbaba. 
Estaba colocando la última prenda cuando me abrazó desde atrás, comenzó a besarme la nuca y mordisquear el lóbulo de la oreja. Un escalofrío recorrió mi espalda y me estremecí. Nos refugiamos de las posibles miradas curiosas en el antiguo lavadero comunitario, dejado allí como parte de decoración del inmueble o dejadez del casero. Envueltos en la penumbra, devoró mis pechos y jugueteó con mis pezones endurecidos mientras mis dedos desaparecían entres sus negros rizos y le aferré a mi cuerpo. Me hizo girar sobre mi eje obligando a darle la espalda apretándome con su cuerpo, puse la manos en la pared por encima de mi cabeza. Agarró mis muñecas con una mano mientras que con la otra, asía mi cadera apretándola al ritmo de su lujuria. La tosca pared arañaba mi piel y eso aumentó el placer que sentía. El morbo de poder ser descubiertos, incrementó aún si cabía más, el deseo de poseernos como animales. A cada empuje, le suplicaba entre jadeos más y más. Volvió a girarme y me levantó en volandas para sentarme sobre una de las pilas de piedra. Continuó embistiendo casi con desesperación para acceder a mis imperativas exigencias. Llegamos al cenit ahogando un alarido que nunca llegó a salir de nuestro interior. Se apartó de mi cuerpo lentamente mientras me besó en los labios con suavidad. Permanecimos en silencio hasta que el leve temblor que aún sentíamos desapareció por completo.
Regresamos a nuestras casas con un par de escalones de distancia entre ambos, nos separamos en silencio, continué bajando y aún sabiendo que él permanecía en su descansillo viendo como me alejaba, no me giré ni le lancé una última mirada furtiva.

Creo que había pasado poco más de un mes desde nuestro primer encuentro clandestino. Nos comportamos como amantes furtivos, disfrutando del morbo que provocaba aquel secreto. Nadie del grupo habitual o los esporádicos de la academia donde estudiaba y que a veces nos acompañaban, sospecharon nada. Todo estaba saliendo a la perfección, tal y como esperaba. Pero todo se torció...

Fue un sábado por la noche, aquel día no me apetecía salir. Preferí quedarme en casa y ver una película cuyo anuncio me llamó la atención. Cuando emitieron el primer bloque publicitario, aproveché para preparar una cena rápida. Estaba aderezando la ensalada cuando llamaron a la puerta, era mi vecino.
- He visto que tenías luz en casa por el patio de vecinos-  dijo mientras mostraba media docena de latas de cerveza.
Le invité a pasar, escondiendo tras una falsa sonrisa, mi malestar por aparecer sin que yo haya provocado ese encuentro. Una cosa era dejar que pensase que dominaba la situación y otra muy distinta que realmente crea que me tiene atrapada en sus redes y aparezca de repente con aires de macho alfa.
Me acompañó a la cocina e inmediatamente se unió a la preparación de la cena. En esta ocasión, mi incomodidad no fue fingida, comenzaba a comportarse como una pareja estable y eso rompía mis reglas.
Comimos en silencio mientras veíamos la película, cuando acabamos la cena, me acurruqué junto a él para estar más cómoda. Comenzó acariciándome el pelo y fue bajando lentamente por mi brazo, llegó al costado y acabó masajeándome el seno. Buscó mis labios y me reclinó sobre el sofá mientras me desvestía lentamente. Derramó un poco de cerveza sobre mi tórax y lo limpió con la lengua desde el pecho hasta el vientre, después subió lentamente mientras separaba mis piernas y acopló su cuerpo al mío.
Le dejé hacer, sus movimientos se me antojaron mecánicos y monótonos. Jadeé en su oído murmurando palabras inteligibles, aunque mis ojos permanecían atentos a la pantalla y clavé las uñas en su espalda cuando estalló, pero mis pensamientos estaban más allá. Mientras él respiraba con dificultad intentando recuperar el aliento, le acaricié la espalda mientras meditaba sobre la certeza que el juego había llegado a su fin. Terminamos con el resto de las cervezas y cuando finalizó la película, fingí estar agotada y algo mareada, accedió a marcharse y le di un largo beso mientras buscaba las palabras adecuadas para decirle cuando surja el momento oportuno.

Después de un par de días o más, estábamos charlando y fumando sentados en descansillo del portal. Empezó a ponerme al día de sus cosas, asentí sonriente mientras yo me preguntaba el por qué me soltaba ese tostón si no le había preguntado por su vida. Después se interesó por mí y sobre lo que había hecho últimamente. Comenté con naturalidad, que la única novedad era que me había topado con un amigo común en la academia y que, indirectamente, había propuesto vernos a solas.
Me miró a los ojos de forma extraña, creo que buscaba algo en ellos aunque no sabría decir el qué exactamente. Supongo que no encontró lo que quería ver, porque manteniendo la misma actitud que yo pero mal disimulado, preguntó sobre lo que respondí a ese amigo con un tono que parecía exigir que mi respuesta fue una negativa. Encogí los hombros con indiferencia, tuve que luchar por no estallar a carcajadas porque en verdad me estaba divirtiendo con sus aires de "eres mía", contesté con franqueza y sin tapujos que el fulano en cuestión me había llamado la atención y que no me importaría darle lo que me pedía.
Me clavó sus ojos como se mira al infiel, acusándome. Sonreí con sarcasmo y le recalqué hablando pausadamente y tono chulesco, que yo era libre de hacer lo que me apetezca, cuando me apetezca y con quien me apetezca. 
Se puso en pie como si algo le hubiese pinchado, me miró con rabia contenida reprochando que le había decepcionado, se mostró dolido o humillado, vete a saber. Incluso me insultó con los improperios apropiados para la ocasión, me lanzó una última mirada gélida antes de alejarse escaleras arriba y entró en su casa tras un sonoro portazo.
Terminé el cigarrillo tranquilamente mientras analizaba lo que había ocurrido. Pensé que, seguramente reaccionó así porque no quise continuar con nuestros encuentros. A lo mejor, herí su orgullo porque fui yo y no él, quien terminó con ese juego. También puede que interpretase erróneamente mis intenciones. O lo más improbable, que hubiese creído que él era el "elegido", ese idealizado caballero de reluciente armadura que que me enseñaría lo que más anhelaba en secreto... amar y ser amada. Al pensar eso último me dio un ataque de tos provocado por el humo del tabaco y una sonora carcajada.
Sea como fuere, tampoco me importó mucho. No hubo promesas, compromisos o vínculo alguno, no mentí ni engañé. Él sabía como era yo, me conocía perfectamente, sabía sobradamente que no es el primero que entra y sale de mi vida de ese modo. Así que es su problema si creyó otra cosa. Pero bueno, fue bonito mientras duró, eso no lo negaré nunca.

Realmente no estoy segura del todo de lo que él pudo pensar o lo que quiso sacar de todo aquello. Puede que ya olvidó aquellos encuentros o como yo, los haya recordado por un detalle vinculante. En fin, tampoco eso es de mi incumbencia.
De lo único que estoy segura y es lo que para mí cuenta,  es que ambos disfrutamos y salimos ganando en aquel juego... mi juego.