lunes, 19 de noviembre de 2012

Héroe y Villano. Víctima y Verdugo

13 de Febrero de 1945. 09:00. Base aérea de la RAF.

Petterson se miró en el espejo, una mueca a modo de sonrisa satisfactoria salió sin poder evitarla. Tenía puesto el uniforme de aviador. Ese que soñó llevar desde que solo era un infante. Joven, apuesto y aviador, no solo eso, pertenecía a la RAF, bajo las órdenes directas del Mariscal Arthur Harris. Sólo le bastaba entrar en cualquier establecimiento para que las jóvenes se agolparan a su alrededor, mientras hacían derroche de encantos, sonrisas y coqueterías. Pero esta noche no podía ser, hoy es un día especial, muy importante para él. La guerra se podía dar ya por finalizada y aún no había logrado ninguna hazaña digna de contar a sus nietos cuando, algún día, peine canas.
Solo vuelos de reconocimiento y fotografías de localización, era lo único que hacía hasta ahora. Pero su temeridad al vuelo, casada con su impetuosidad, hicieron que se fijasen en él para la siguiente misión. Aceptó inmediatamente, siquiera prestó atención al objetivo de la misión. En su joven mente solo se evocaba los futuros vítores de bienvenida cuando regresase a su pueblo natal. Se marchó joven, imberbe. Mintió sobre su edad para poder alistarse, quería dar una lección a esos demonios llamados nazis de los que tanto oía en la radio. Esos que, por su culpa, su familia dejó una vida próspera en la capital para volver a sus orígenes huyendo de las bombas. Estaba deseando que llegase la hora de despegar.


13 de Febrero de 1945. 20:00. Dresde (Alemania).

Brigitte estaba en cuclillas observando ensimismada el vuelo de una luciérnaga. Se sentía treméndamente felíz. Mañana sería su cumpleaños y pese a las adversidades y carencias, su madre le prepararía un pastel. Podría invitar a sus amigas, las escasas que aún quedaban y aún no habían huido. Planeó mentalmente los juegos con los que se entretendrían y tarareó las canciones que cantarían.
Miró la cuerda de tender en el cual, hondeaba con gracia, el vestido que su madre había cosido para ese día con tanto espero e ilusión.
Su madre la llamó para entrar, había anochecido. Rindió buena cuenta de la escasa cena, mientras su madre se deleitaba con el brillo de su mirada. "Pese a los malos tiempos, aún había sitio para la ilusión", parecía que decía esa sonrisa que le dedicó. Después de un sonoro beso, Brigitte fue a la cama, más por el deseo que llegase el nuevo día que por sueño. Miró el cielo estrellado a través del ventanuco, se durmió con una sonrisa en su cara. Estaba deseando que llegase el siguiente día.


13 de Febrero de 1945. 22:00 Espacio aéreo alemán, a pocos kilómetros de Dresde.

Petterson estaba ansioso, en pocos minutos podría soltar toda su rabia contenida simbolizada en bombas incendiarias. Estaba en éxtasis, él, pilotando un Havillan DH9, conocido coloquialmente como "mosquito", lo último en ingeniería bélica. A punto de formar parte de la historia, su nombre será recordado y su hazaña elogiada. Se sentía poderoso surcando el aire con su avión bimotor, miró a un lado y otro. Volando junto a él, otros ocho "mosquitos", le acompañaban en su misión.
Sabía que la ciudad a la que se dirigían tenía escaso valor estratégico, era más una demostración de fuerza para hacer entender a esos cerdos que su causa había fracasado, solo les quedaba la rendición. Por lo poco que pudo oír entre los susurros de sus compañeros, los pocos que desaprobaban la incursión, era que Dresde, es una ciudad agonizante, en la cual se habían desplazado cientos de refugiados y heridos... civiles.
Agitó la cabeza con brusquedad para quitarse el ápice de conciencia que amenazaba con salir. Él vivió los bombardeos de Londres, se ocultó en las alcantarillas junto a las ratas, vio a su madre llorar mientras dejaban todo cuanto poseían, él también fue civil y también sufrió.
Agudizó los sentidos, en breve, serían localizados y saltarían las alarmas. "Que salgan y vean, les enseñaré qué puede hacer un oficial británico", masculló entre dientes.


13 de Febrero de 1945. 22:15. Dresde

Brigitte consiguió zafarse de los brazos de su madre, que pese a ser ya un cuerpo inerte, se aferraba a ella para protegerla. Aturdida, consiguió arrastrase por los escombros de lo que fue su casa, no podía entender qué había ocurrido. Hace solo unos minutos, su madre la arrancó de la cama y somnolienta, notó como su madre la apretaba con fuerza y la cubría con su cuerpo. Recordó vagamente que bajaron una escalera de madera, solo podían estar en el sótano de la casa.
El ruido era ensordecedor, cientos de bombas caían en todas direcciones, sin tregua. Aún no se repuso del sonido de una explosión, cuando la siguiente sonó más y más cercana. Finalmente, un estruendo fortísimo, un dolor agudo y un pitido incesante en sus oídos, le hizo entender que la casa se derrumbó sobre ellas.

Escarbó hacia arriba, destrozándose las uñas hasta sangrarlas, entre escombros y tierra hasta que al fin llegó a donde creyó ser su patio. Todo era escombros, fuego y destrucción. Las casas ardían, se oían gritos, lamentos, sirenas y el silbido aterrador de las bombas al caer. Su estado de shock hizo que no sintiese que se estaba desangrando, que la vista se le nublaba, no por el polvo y el humo sino porque su vida, se estaba consumiendo por momentos.
Miró al cielo y los vio, vio los aviones. "¿Qué ocurre, por qué?", preguntó mientras una lágrima se resbalaba por su mejilla.

Una de las defensas de la ciudad alcanzó a uno de esos aviones, que caía a una velocidad vertiginosa. Cerca, muy cerca, demasiado cerca...
La niña no tenía ni consciencia, ni fuerzas para protegerse y el aparato se estrelló a pocos metros de ella. El impacto la impulsó unos pasos atrás, haciendo que cayese de espaldas, no sintió nada, siquiera se percató que estaba tendida en el suelo.
Aturdida y ya casi sin fuerzas, se arrastró entre el barro, cenizas y escombros, más por instinto que por convicción. Cegada por el humo, no se percató que se dirigía hacia los restos del aparato. Sus fuerzas se extinguieron cuando pudo ver casi con claridad, una figura que salía del avión derribado moviéndose tan torpemente como ella.

Petterson salió por sus medios de su avión, pero sabía que no vería un nuevo día. La sangre le salía a borbotones de una herida abierta de su abdomen, intentó frenar inútilmente la hemorragia con sus manos, pero el rojo líquido viscoso, se escurría entre sus dedos, podía oler el olor metálico de su propia sangre, sentía el hedor de la muerte rodeándole. Solo pudo dar un par de pasos antes de desplomarse en el suelo, cual largo era.
Quiso hacer historia y la suya acababa aquí y ahora. Lloró al recordar su casa, quería volver a casa.

El muchacho giró la cabeza, rezó esperando que la muerte llegase. Sus ojos se toparon con otros. Azules, inocentes y llorosos. Una niña estaba tendida en el suelo esperando como él, que su llama se apagase.
Ambos se miraron fijamente, ninguno apartó la mirada. Uno pidiendo perdón, otra deseando entender qué ocurría. "No imaginaba un horror así, sólo quería ser un héroe" parecía decir el muchacho. "Quiero estar con mi madre, quiero verla. No quiero estar junto a ti. No eres un héroe, eres un villano", parecía responder la niña.

El alba descubrió los restos de una ruinosa ciudad. Totalmente asolada, totalmente arrasada. Y, entre tanto caos y destrucción, dos cuerpos inertes, que con los ojos abiertos y mirada fija en la eternidad, parecían hablar entre ellos.
Allí estaban postrados, víctima y verdugo.


Relato incluido en el Florilegio de la Fundación Imprimátur. Segundo finalista del I Certamen de Relato Breve. 2.0. Publicado en Noviembre de 2011