jueves, 13 de diciembre de 2012

Requiem por una afrenta.

XXVII

Desde mi infierno miro hacia arriba,
Contemplando esa luz que por fin me ilumina.
Brilla, pero no me ciega ni me intimida.
¿Será esta la luz que salvará mi vida?

Mi ánima quedó muerta, la fulminaron.
Malditos cobardes, viles y macabros.
Lo que un día fui, solo quedan despojos.
Jirones, miedo y horror, eso quedó.

Los espectros del pasado me visitan,
Cicatrices que nunca se borrarán.
Como óleo usan uñas que en mi piel se clavan.
Pintando en mi memoria aquel vil momento.

Nada de mi ser anterior ya quedaba,
Era un ánima en pena, olvidé reír.
Y mi fuerza vital ya me abandonaba.
No me importa, pues no sentía ya nada.

Manto de grana, de mis manos brotaban.
Lo extendí para darle la bienvenida,
a esa Dama Oscura, que al fin me encontró.
Llegó el momento, me dispuse a marchar.

Huesuda mano que ante mí se extendía.
Quise aceptarla pero me rechazó.
Ella supo que este no era mi momento.
Ignoró el ruego y en silencio partió.

Desde el espejo, mi otro yo me miraba.
Me preguntó por qué me dejé vencer.
Si además de arrancarme mi voluntad.
Les doy lo que no se pudieron llevar.

No quiero ser un reo de mis temores.
Con sumo cuidado comienzo a zurcir.
Los pedazos raídos que de mí aún quedan.
¡Lo conseguiré, seré como antes fui!

El tiempo que tarde no importa, no hay prisa.
Ya lo he decidido, no desistiré.
Volveré a sonreír, seré la que fui.
Y esos recuerdos no me dañarán más.

Desde mi infierno miro hacia arriba,
Contemplando esa luz que por fin me ilumina.
Brilla, pero no me ciega ni me intimida.
¿Será esta la luz que salvará mi vida?


lunes, 19 de noviembre de 2012

Héroe y Villano. Víctima y Verdugo

13 de Febrero de 1945. 09:00. Base aérea de la RAF.

Petterson se miró en el espejo, una mueca a modo de sonrisa satisfactoria salió sin poder evitarla. Tenía puesto el uniforme de aviador. Ese que soñó llevar desde que solo era un infante. Joven, apuesto y aviador, no solo eso, pertenecía a la RAF, bajo las órdenes directas del Mariscal Arthur Harris. Sólo le bastaba entrar en cualquier establecimiento para que las jóvenes se agolparan a su alrededor, mientras hacían derroche de encantos, sonrisas y coqueterías. Pero esta noche no podía ser, hoy es un día especial, muy importante para él. La guerra se podía dar ya por finalizada y aún no había logrado ninguna hazaña digna de contar a sus nietos cuando, algún día, peine canas.
Solo vuelos de reconocimiento y fotografías de localización, era lo único que hacía hasta ahora. Pero su temeridad al vuelo, casada con su impetuosidad, hicieron que se fijasen en él para la siguiente misión. Aceptó inmediatamente, siquiera prestó atención al objetivo de la misión. En su joven mente solo se evocaba los futuros vítores de bienvenida cuando regresase a su pueblo natal. Se marchó joven, imberbe. Mintió sobre su edad para poder alistarse, quería dar una lección a esos demonios llamados nazis de los que tanto oía en la radio. Esos que, por su culpa, su familia dejó una vida próspera en la capital para volver a sus orígenes huyendo de las bombas. Estaba deseando que llegase la hora de despegar.


13 de Febrero de 1945. 20:00. Dresde (Alemania).

Brigitte estaba en cuclillas observando ensimismada el vuelo de una luciérnaga. Se sentía treméndamente felíz. Mañana sería su cumpleaños y pese a las adversidades y carencias, su madre le prepararía un pastel. Podría invitar a sus amigas, las escasas que aún quedaban y aún no habían huido. Planeó mentalmente los juegos con los que se entretendrían y tarareó las canciones que cantarían.
Miró la cuerda de tender en el cual, hondeaba con gracia, el vestido que su madre había cosido para ese día con tanto espero e ilusión.
Su madre la llamó para entrar, había anochecido. Rindió buena cuenta de la escasa cena, mientras su madre se deleitaba con el brillo de su mirada. "Pese a los malos tiempos, aún había sitio para la ilusión", parecía que decía esa sonrisa que le dedicó. Después de un sonoro beso, Brigitte fue a la cama, más por el deseo que llegase el nuevo día que por sueño. Miró el cielo estrellado a través del ventanuco, se durmió con una sonrisa en su cara. Estaba deseando que llegase el siguiente día.


13 de Febrero de 1945. 22:00 Espacio aéreo alemán, a pocos kilómetros de Dresde.

Petterson estaba ansioso, en pocos minutos podría soltar toda su rabia contenida simbolizada en bombas incendiarias. Estaba en éxtasis, él, pilotando un Havillan DH9, conocido coloquialmente como "mosquito", lo último en ingeniería bélica. A punto de formar parte de la historia, su nombre será recordado y su hazaña elogiada. Se sentía poderoso surcando el aire con su avión bimotor, miró a un lado y otro. Volando junto a él, otros ocho "mosquitos", le acompañaban en su misión.
Sabía que la ciudad a la que se dirigían tenía escaso valor estratégico, era más una demostración de fuerza para hacer entender a esos cerdos que su causa había fracasado, solo les quedaba la rendición. Por lo poco que pudo oír entre los susurros de sus compañeros, los pocos que desaprobaban la incursión, era que Dresde, es una ciudad agonizante, en la cual se habían desplazado cientos de refugiados y heridos... civiles.
Agitó la cabeza con brusquedad para quitarse el ápice de conciencia que amenazaba con salir. Él vivió los bombardeos de Londres, se ocultó en las alcantarillas junto a las ratas, vio a su madre llorar mientras dejaban todo cuanto poseían, él también fue civil y también sufrió.
Agudizó los sentidos, en breve, serían localizados y saltarían las alarmas. "Que salgan y vean, les enseñaré qué puede hacer un oficial británico", masculló entre dientes.


13 de Febrero de 1945. 22:15. Dresde

Brigitte consiguió zafarse de los brazos de su madre, que pese a ser ya un cuerpo inerte, se aferraba a ella para protegerla. Aturdida, consiguió arrastrase por los escombros de lo que fue su casa, no podía entender qué había ocurrido. Hace solo unos minutos, su madre la arrancó de la cama y somnolienta, notó como su madre la apretaba con fuerza y la cubría con su cuerpo. Recordó vagamente que bajaron una escalera de madera, solo podían estar en el sótano de la casa.
El ruido era ensordecedor, cientos de bombas caían en todas direcciones, sin tregua. Aún no se repuso del sonido de una explosión, cuando la siguiente sonó más y más cercana. Finalmente, un estruendo fortísimo, un dolor agudo y un pitido incesante en sus oídos, le hizo entender que la casa se derrumbó sobre ellas.

Escarbó hacia arriba, destrozándose las uñas hasta sangrarlas, entre escombros y tierra hasta que al fin llegó a donde creyó ser su patio. Todo era escombros, fuego y destrucción. Las casas ardían, se oían gritos, lamentos, sirenas y el silbido aterrador de las bombas al caer. Su estado de shock hizo que no sintiese que se estaba desangrando, que la vista se le nublaba, no por el polvo y el humo sino porque su vida, se estaba consumiendo por momentos.
Miró al cielo y los vio, vio los aviones. "¿Qué ocurre, por qué?", preguntó mientras una lágrima se resbalaba por su mejilla.

Una de las defensas de la ciudad alcanzó a uno de esos aviones, que caía a una velocidad vertiginosa. Cerca, muy cerca, demasiado cerca...
La niña no tenía ni consciencia, ni fuerzas para protegerse y el aparato se estrelló a pocos metros de ella. El impacto la impulsó unos pasos atrás, haciendo que cayese de espaldas, no sintió nada, siquiera se percató que estaba tendida en el suelo.
Aturdida y ya casi sin fuerzas, se arrastró entre el barro, cenizas y escombros, más por instinto que por convicción. Cegada por el humo, no se percató que se dirigía hacia los restos del aparato. Sus fuerzas se extinguieron cuando pudo ver casi con claridad, una figura que salía del avión derribado moviéndose tan torpemente como ella.

Petterson salió por sus medios de su avión, pero sabía que no vería un nuevo día. La sangre le salía a borbotones de una herida abierta de su abdomen, intentó frenar inútilmente la hemorragia con sus manos, pero el rojo líquido viscoso, se escurría entre sus dedos, podía oler el olor metálico de su propia sangre, sentía el hedor de la muerte rodeándole. Solo pudo dar un par de pasos antes de desplomarse en el suelo, cual largo era.
Quiso hacer historia y la suya acababa aquí y ahora. Lloró al recordar su casa, quería volver a casa.

El muchacho giró la cabeza, rezó esperando que la muerte llegase. Sus ojos se toparon con otros. Azules, inocentes y llorosos. Una niña estaba tendida en el suelo esperando como él, que su llama se apagase.
Ambos se miraron fijamente, ninguno apartó la mirada. Uno pidiendo perdón, otra deseando entender qué ocurría. "No imaginaba un horror así, sólo quería ser un héroe" parecía decir el muchacho. "Quiero estar con mi madre, quiero verla. No quiero estar junto a ti. No eres un héroe, eres un villano", parecía responder la niña.

El alba descubrió los restos de una ruinosa ciudad. Totalmente asolada, totalmente arrasada. Y, entre tanto caos y destrucción, dos cuerpos inertes, que con los ojos abiertos y mirada fija en la eternidad, parecían hablar entre ellos.
Allí estaban postrados, víctima y verdugo.


Relato incluido en el Florilegio de la Fundación Imprimátur. Segundo finalista del I Certamen de Relato Breve. 2.0. Publicado en Noviembre de 2011



domingo, 18 de noviembre de 2012

No es un adiós (Acróstico)

XXVI

¿Por qué te marchaste, mi amor?
Aquí dejaste sentimientos
Recuerdos que tienen calor.
Atesorando esos momentos.

Mantuviste una cruenta lucha,
Asumiendo la eternidad,
Niegas todo cuanto se escucha,
Rogando otra oportunidad.

Imaginaste una familia,
Queriendo a un pequeño príncipe,
Unido a ti te reconcilia.
Esperas que seas partícipe.

Cariño, tengo en ti, ilusión,
Olvida esta cruel soledad,
¿No sientes aquí mi pasión?
Adiviné oír tu corazón.

Me regalaste un gran tesoro
Ofreciendo con solemnidad
Recuerdos de tiempos de oro
Dormida estoy con tranquilidad

Estoy contigo, hay esperanza.
Revives en mi alma y corazón
Otear puedo sin tardanza
Silenciando toda razón.

Amarte puedo día a día,
Riendo hasta la saciedad,
Ignorando lo que sabía,
Olvidando la soledad.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Un beso robado

XXV

Oscura estaba la noche serena,
Fieles amigos, pasean los dos,
Sobre tu hombro descargaba mi pena,
Tú con susurros, sosiegas mi voz.

Como buenos amigos y solo eso,
Ambos mudos y fieles confidentes,
De secretos, compartimos el peso,
De penas y tristezas penitentes.

Nos quedamos un segundo en silencio,
Porque nuestras miradas se cruzaron,
Con temor y arriesgándote al desprecio,
Tus labios sobre los míos, se posaron.

Todo pasó en un segundo, solo uno,
Confusa, mi coraje se desplomó,
Con rabia te acusé de inoportuno,
Un acto que a la amistad confundió

Pétrea quedó mi alma y se quebraba,
Cuando una lágrima yo derramé,
Al pensar y sentir que traicionaba,
Al amor que un segundo yo olvidé.

Confuso estabas, sin saber qué hacer,
A ti, me mantuviste aferrada,
Entonces comenzaste a comprender,
Que la amistad quedó sentenciada,

La cordura volvió de nuevo a mi ser,
Pero muda se quedó mi garganta,
La grana tiñó mi pálida tez,
Ahora tu presencia a mí, me espanta.

Supimos que la amistad quedó atrás,
Buscaste agobiado algo que decir,
No podía oír, me quería marchar,
Con gran tristeza, me dejaste partir.

Me separé de ti, llorando y triste,
No podía en absoluto entender,
Que por un impulso tonto quisiste,
Una hermosa y fiel amistad perder.

Tu interior se partió y sentiste frío,
Te quedaste sólo y algo apenado,
Todo tu interior se quedó vacío,
Sabías que solo fue un beso robado.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Por ti volaré. Parte VI (Humor)


¡Era alucinante!, como era de noche, el paisaje se limitaba a miles de puntitos luminosos anaranjados y agrupados, además sólo con mirar al frente, podía ver las estrellas, eso sí, con la nariz pegada a la ventanilla y usando ambas manos para que la luz del interior del avión no me molestase. Intenté distraerme intentando adivinar la población que estaba sobrevolando calculando a ojo el tiempo de vuelo y el transcurrido. (Cosa absurda en mí, puesto que la geografía no es mi fuerte. Es más una vez hablando con un grupo de amigos, les aseguré que si lo piensan bien, Andalucía está en el centro de España, pero eso es otra historia, jejeje).
Después de bastante rato (no sabría decir cuanto) vi algo espectacular, las luces comenzaron a agruparse formando una línea, tras esa línea todo era absoluta oscuridad... estábamos a punto de sobrevolar el Mediterráneo.

Las azafatas comenzaron su vaivén con el carrito, les llamé la atención y pedí una cerveza puesto que notaba que era directamente proporcional el alejamiento de la costa con el incremento de mi nerviosismo. Me la tomé de un solo trago, bueno, tampoco es una hazaña porque las latas en el avión son de 125 ml, vamos un chupito cervecero. Fue una mala idea, muy mala idea. La cerveza que me tomé en la terminal, sumada a la lata y como añadido extra del cinturón al que seguía abrochado y más apretado que el presupuesto de un pensionista, reclamaban con actitud imperativa su inmediata salida de mi cuerpo. ¡Ni soñarlo!, lo único que me faltaba porque me ocurra es que el avión se estrelle. Entonces convertiría en literal el sinónimo más soez de pasar mucho miedo. ¿nos entendemos?¿sí?, mejor.
Bueno, el caso es que intenté desviar esa desagradable sensación buscando algo en el qué pensar, pero recordar la gran extensión de agua que había bajo mis pies hacían flaco favor a mi empresa. 
"Ains, ains, ains, ufffffff", mascullaba entre dientes, como no hiciera algo al respecto, iba a tener un accidente y no aéreo precisamente.

Dicen que la necesidad es la madre de los ingenios, en mi caso es el localizador de valentía, me desabroché con bastante inseguridad el cinturón y mi estómago se expandió con el big bang al sentirse liberado, pero eso incrementó mi urgencia. Con dificultad me dirigí al pasillo (cuando se referían que volar es como ir en autobús, tenían que referirse a la estrechez de sus asientos). Mi compañero de viaje se levantó muy cortésmente, pero algo me hizo suponer que deseaba saber cómo me iba a ir. ¿vosotros no lo pensaríais?.

Bien, para contar lo que hice a continuación, he de explicar un par de cosas. Primero, recordad en el estado emocional (y físico) en el que entré en el avión y lo segundo, como tenía tanto pavor, sólo miraba hacia adelante, así que sólo vi el luminoso del w.c que estaba en el morro, es decir, justo a la otra punta, no tenía ni idea que, pegado a la espalda de mi asiento se encontraba el otro baño. Bueno, seguimos pues.
Caminé a duras penas, no solo por las cervezas, también porque me temblaban las piernas por miedo o porque me estaba... bueno, ya sabéis. Fui avanzando aferrándome a los cabeceros de los asientos, con tal mala suerte que le agarré el pelo a una mujer que su quejido sonó como si pisasen a un chiguagua. Me disculpé rápidamente y llegué a mi objetivo. El proceso fue bastante rápido, como soy escritora (más bien aspiro a ello) debo añadir alguna descripción, por eso de que una historia real tiene que ser eso, lo más real posible. Pero como se trata de mí pues me limitaré a describir mi proceder como el agua saliendo de un sifón, vamos a presión. Es que el baño era bastante pequeño, juer que mi escobero tiene más capacidad leñe, y quería llegar cuanto antes a mi asiento. Menos mal que pillé a Murfhy despistado, porque en ese momento hubiese pegado unas turbulencias. ¿A que se os pasó por la cabeza?. Bueno, turbulencias no, pero sí movimientos, sentí como si el avión entero se girase sobre un costado.
Como acto reflejo de supervivencia, aferré ambos pies y ambas manos a las paredes del baño esperando que el vaivén pasase pronto. Eso, claro está, sin haberme dado tiempo a subirme los pantis. Vamos, que para una foto.

Regresé a mi asiento, esta vez sin incidencias, una vez acomodada y "prensada" con el cinturón, mi compañero me comunicó la existencia del baño que desconocía "cagüentóloquesemeneaadosmanossojodío", pensé para mí. Mentí descaradamente explicando que ya lo sabía pero que necesitaba estirar un poco las piernas. Asintió con una sonrisa que decía "Vamos, si tú lo dices, aceptamos barco como animal de compañía".

Miré por la ventanilla, la oscuridad total seguía dominando el exterior, salvo algún puntito de luz que supuse que sería algún barco. Justo cuando me estaba preguntando cuándo íbamos a llegar, se escuchó la voz del comandante anunciando que en breve aterrizaríamos en el Prat. Sonreí ampliamente a mi compañero al saber que al fin estábamos en Barcelona. Él me devolvió la sonrisa casi con el mismo entusiasmo.
El avión giró bruscamente, se inclinó tanto que por la ventanilla pude ver el extremo del ala sobre nuestras cabezas, cuando se enderezó, apareció Barcelona de noche casi como por arte de magia. Comenzó el descenso y yo me sentía eufórica por partida doble, primero porque iba a salir del avión y segundo, claro está porque iba a poder abrazar y besar al causante de mi viaje. Estaba ensimismada mirando todo cuanto mi retina podía retener cuando el tren de aterrizaje tocó tierra, fue un golpe brusco y el aparato temblequeó un poco. Volví a aferrarme a los reposabrazos, esta vez clavando las uñas, esta vez me di cuenta al momento y solté al instante la ya magullada mano de mi compañero.

Cuando al fin el avión paró aún tenía los nervios a flor de piel, y en ese momento se escuchó por los altavoces una música de trompeta, igualita al que suena a la salida de las carreras de caballos, eso y que los pasajeros rompieron a aplaudir y silbar, me provocaron gran angustia. Porque puede que celebraran el haber llegado, pero yo lo interpreté que celebraban el haber llegado de una pieza, como si fuese cosa de suerte.
Los pasajeros comenzaron a levantarse para coger sus equipajes, pasé literalmente por encima de mi compañero, quería salir de allí lo antes posible. Pero el avance hacia la puerta (que en esta ocasión solo se salía por delante) iba con una lentitud desesperante. Pero ya estaba tranquila y ahora solo pensaba en ver a la persona que me estaba esperando en la terminal. Cuando casi había llegado a la salida, pude ver al comandante que iba despidiendo al pasaje, comprobé que era asiático y mi sevillanía me traicionó, no pude evitar sacar el chiste. -¿Cómo ha podido despegar y aterrizar si tiene los ojos medio "cerraos" si parece que va "dormío"- lo dije casi susurrando, pero al escuchar una sonora carcajada comprobé que no fue así. Miré en dirección a la risotada, ¿como no?, mi compañero. Le sonreí ampliamente y añadí -Perdón, se me escapó, pero si no lo suelto me salen sarpullidos- Era evidente que estaba más tranquila aunque, eso sí, con el efecto de las cervezas aún patentes, en el brillo de mis ojos y en la destreza de mi lengua.

Al fin estaba en la T2 de Barcelona, caminé por inercia siguiendo a la lengua de gente que se aglomeraban en la terminal y que aparentemente, buscaban también la salida. Mi compañero de viaje me llamó la atención, tenía que recoger su equipaje facturado. Me aseguró que había volado muchas veces pero que, sin duda este vuelo siempre lo recordará asegurando que nunca se había reído tanto. Nos despedimos y cada uno se fue en dirección opuesta del otro.
Y ahora caigo, no le pregunté su nombre y creo que tampoco le dije el mío, pero ¿quién sabe?, puede que el sino haga llegar a sus manos este relato.

Encendí el teléfono y casi al momento éste sonó. Mi destino, el objetivo principal de mi viaje estaba al otro lado. Él me iba indicando por donde tenía que tirar y yo le contaba lo que iba viendo (con lengua de trapo). Recto, recto, recto... uf, ¡qué grande es este aeropuero!, recto, derecha, recto... De repente oí unos gritos que procedían del exterior de una puerta automática que había a mi derecha. Menos mal que se había abierto y pudieron verme, casi me la paso de largo. Allí estaban, mi pareja y mis sobrinos políticos esperándome. Corrí hacia él (a mis sobrinos los saludé después, lógicamente) y me lancé a sus brazos fundiéndonos en un largo y apasionado beso que solo tres meses de ausencia pueden provocar. Salimos eufóricos a la calle, ya estaba en Barcelona, pero, como diría Michael Ende... "Esa es otra historia y deberá ser contada en otra ocasión".

FIN

Por ti volaré. Parte V. (Humor)


Al fin llegué a la puerta de mi terminal, bueno, decir puerta es una licencia literaria que me permito pues era una fila de gente en medio del pasillo manteniendo más o menos una línea recta, todos en pie y sin posibilidad de sentarse ya que los cinco únicos asientos estaban ocupados. Empecé a tener la sensación de querer ir al baño, ufff, tengo que tener los riñones de una niña de tres años porque hace apenas unos minutos me había tomado la cerveza, bueno, podía aguantar.
En cuestión de segundos, dejé de ser la última de la fila y a los cinco minutos ya no podía ver al último. ¿Cómo íbamos a entrar todos en el avión?, desde fuera no se ve tan grande para tanta gente. "Fijo que no podrá despegar por sobrecarga de peso". 
Ya estaba casi todo hecho, en cualquier momento la fila comenzará a moverse y pronto acabará todo, lo malo es que la espera, que se me estaba haciendo interminable, hacía que me imaginara el desenlace, porque... otra cosa no, pero imaginación, tengo para parar un tren.

- Perdone, ¿este es el vuelo para Barcelona?- pregunté a mi antecesor en la fila. El aludido, con pinta de hombre de negocio y se giró, tras hacerme lo que en mi tierra se dice "un escaneo" de pies a cabeza, me miró directamente a los ojos, asintió levemente con un amago de sonrisa.
Creo que pasó un minuto o minuto y medio, cuando repetí la misma pregunta, esta vez a la persona que tenía tras de mí. Tras recibir la misma respuesta intenté concentrarme en mis pies los cuales subían y bajaban al ritmo compás del vaivén de mi cuerpo.
Otro minuto. -Perdone, ¿pero es seguro? a ver si han informado mal y acabamos en Pekín- la pregunta fue dirigida a mi primer interlocutor. Esta vez, me miró con más interés y su sonrisa era más amplia. Asintió con una amplia sonrisa. 
Continué columpiando mi cuerpo, sobretodo para distraer mi mente hacia la necesidad de ir al baño que iba en incremento por momentos (toma pareado). Me giré para dirigirme al que estaba tras de mí. - Perdone, ¿Puedo ver su billete para comprobar que dice lo mismo que el mío?.- El aludido me enseñó el billete con un brillo en su mirada que lo que veía en ellos, bien podría interpretarse de dos modos: "Esta chica es tonta" o "Menuda "tajá" lleva encima". 
Mientras comparaba los billetes, pude escuchar una carcajada mal disimulada por una falsa tos de mi predecesor. ¿Será idiota?, dije para mí. Preferí no decir nada al respecto, porque entre el pedal que llevaba encima por culpa de la cerveza y sumada al miedo que tenía se podría generar un cabreo tonto que bien podría recrear un remake de Melendi en un avión, versión sevillana.

Observé que comenzaba a generarse movimiento más adelante, pero la fila aún no se movía. Estiré el cuello hasta el punto de notar que iba a despegarme las cervicales y comprobé que los trabajadores de la compañía de mi vuelo estaban comprobando el tamaño y grosor de los equipajes de mano junto a los billetes.
Mi equipaje no necesitó comprobación en esa especie de carrito con un cajón en su base pues era una mochila escolar (para ser más concreto, la mochila que mi hija mayor se lleva al instituto). Pero sí me pidió el billete. Aproveché para preguntarle a la azafata si estaba en la fila y en el vuelo correcto. La señorita asintió con esa sonrisa congelada que llevaba marcada desde el principio de la fila, digna de una muñeca Barbie.
El hombre de negocios, que en esta ocasión no pudo reprimir la risa me miró como si de un cachorrillo desvalido se tratase. Supuse que a estas alturas, se había dado cuenta que era la primera vez que volaba -Chiquilla, tranquilízate que no es para tanto, verás que es como viajar en autobús.
Le contesté con una sonrisa forzada, intenté hacer memoria sobre que lugar ocupaba ese comentario en mi memoria, creo que era la vigésima vez que me lo decían. 

Comenzamos a avanzar, "madre mía, madre mía, madre mía..." decía para mí. A cada paso que daba, mis pulsaciones aumentaban de diez en diez por segundo. Entramos en una especie de corredor estrecho con paredes y techo de metal y salimos por una puerta, pensé que entraríamos directamente al avión (eso me habían contado) pero no, la puerta daba a unas escaleras que, tras bajar dificultosamente a causa del ligero mareo que tenía a causa de lo que ya sabéis (¿he dicho ligero? bueno, otra licencia literaria, jejeje), llegamos directamente a la calle, bueno, a la calle no, a las pistas.
Al parecer, mi avión no tenía una terminal propia y teníamos que caminar por las pistas para llegar a él, (Cosas del "low cost"). "Sólo falta que ahora se nos cruce un avión que quiera terminar", esta vez mi pensamiento fue en voz alta, el hombre de negocios se giró rápidamente, parecía que estaba esperando y/o deseando oír otra "parida" de las mías.
- Tranquila, tienen el semáforo en rojo, pero no podemos pararnos porque cambian muy pronto-.
Busqué con preocupación los semáforos, hasta que me dí cuenta (tarde) que me estaba tomando el pelo le devolví la chanza con una sonrisa más falsa que un billete de treinta.
(Por cierto, si este relato llega, por un casual al aludido, aprovecho para decirle: JÁ, JÁ y JÁ, muy graciosillo pedazo de jodío). 
Caminamos junto a una valla metálica de unos dos metros de altura (sin sevillanadas), seré tonta, pero me sentí más segura. Todo iba más o menos bien, hasta que la valla terminó de sopetón y pude ver el avión justo frente a mis narices.
En lo primero que me fijé fue en las alas, no eran como las imaginaba, las puntas estaban dobladas haciendo un ángulo de noventa grados más o menos. -¿Pero cómo va a volar bien si tiene las alas torcidas?- se me escapó. Mi compañero de viaje ya no se molestaba en simular la risa, sus hombros se movían con rapidez arriba y abajo, casi como un temblor convulsivo. Otra forma de decirlo es que se estaba partiendo el pecho a mi costa, incluso por el gesto que hizo al llevarse la mano a la cara, adiviné que se secó alguna lágrima que se le habría escapado.

Subí por la escalinata, "madremíamadremíamadre...". Entré por la parte posterior del avión y la azafata que nos daba la bienvenida me dijo que podía sentarme donde gustase ya que los asientos no estaban numerados. Rápidamente lo decidí, me senté en la cola, en el último asiento. Mi pánico se unió a la razón que me decía que por lógica, si el avión se estrella, caerá en picado o lo que es lo mismo, de morro, así que si por un casual nos estrellamos, alguna oportunidad tendré.
Una vez sentada miré por la ventanilla, el corazón me latía al menos a doscientos por minuto. Poco a poco el resto del pasaje se iba acomodando, incluyendo al que será mi compañero de viaje. ¿Quién?, pues nada menos que el hombre de negocios. ¿Casualidad?, lo dudo mucho.
Me abroché el cinturón ajustándolo con fuerza, buf, demasiada fuerza. Lo tenía tan ajustado que casi podía sentir la hebilla incrustado en la columna. Miré al centro del pasillo y las azafatas comenzaron a realizar las indicaciones informativas para casos de emergencia, puse todos mis sentidos incluyendo el sexto sentido (si es que existe de verdad). Cuando indicaban el lugar y el uso de las mascarillas, casi por impulso quise tocar donde habían señalado para comprobar que a mí no me faltaba. Mi compañero de viaje me cogió de la muñeca interrumpiendo mi empresa. -No lo hagas, si lo haces, bajarán todas a la vez, cundirá el pánico y a ti te puede caer una buena. El tuyo está ahí, siempre lo comprueban-. Asentí un poco cortada, aunque su gesto parecía serio, sus ojos reflejaban sonoras carcajadas. Aún hoy, estoy en la duda si me lo dijo en serio o vio una oportunidad indesperdiciable para tomarme el pelo, tengo que reconocerlo, lo estaba sirviendo en bandeja. Seguí prestando atención a la azafata evitando por todos los medios mirar a mi compañero, siquiera de reojo porque seguro que le causaría algún ataque de risa.

Los motores se encendieron, "Ay madre mía, ay madre miiiiiaaaaaa", decía para mis adentros (o eso quiero pensar) apretando tanto los dientes que ni una radiografía podría determinar cuales eran los de arriba y cuales los de abajo. Cuando el avión comenzó a moverse, literalmente clavé las rodillas al asiento y pegaba hasta más no poder, la espalda en mi asiento. Con el corazón desbocado, observé por la ventanilla como nos movíamos. "Tranquila, tranquila" me decía a mí misma para intentar calmarme, poco a poco me iba tranquilizando, incluso me atreví a abrir un poco, muy poquito el ojo. "Tampoco era para tanto, tenían razón, es como un autobús", pensé para mí. De repente, el avión triplicó su velocidad y pude notar como el morro se erguía dejando mi estómago en los tobillos. Cerré los ojos con tanta fuerza que pude ver infinidad de puntitos blancos rojos y azules parpadeando y flotando en mi voluntaria ceguedad.

No sé cuanto tiempo permanecí así, solo abrí los ojos y regresé a la realidad cuando oí la voz de mi compañero de vuelo. -Perdona "resalá" ya te puedes tranquilizar, estamos en el aire y el avión va en línea recta. Si no te importa, ¿podrías soltarme la mano?, no es que me incomode, es que empieza a dolerme un poco.
Miré su mano, la tenía fuertemente agarrada y un par de uñas mías clavadas en su piel, no para hacer sangre pero sí para dejar una señal en la piel. Sentí que toda la sangre que dejó de circular por mis venas se acumuló en mi cabeza, me puse roja como un tomate, me disculpé bastante cortada y como no sabía qué decir o hacer, como la vergüenza dominó mi miedo, decidir girar la cabeza para mirar por la ventanilla.

(Continuará...)

Por ti, volaré. Parte IV.(Humor)


Salí del baño con una cara que bien delataba lo "agustito" que me había quedado, sobre todo por evitar un desenlace que solo podría resolverse haciendo acopio del interior de mi equipaje. ¿nos entendemos?.

Cuando salí, me dirigí hacia donde estaban dispuestos unos bancos con mesas, elegí uno que estaba frente al panel de información. Comprobé el número de referencia de mi vuelo, me lo sabía de memoria pues lo había visto más de cincuenta veces (sin hacer alusión de mi sevillanía) aún así quería estar completamente segura. Siquiera tenía anunciado el aviso de embarque, es más, faltaban aún unos seis vuelos más antes del mío.
Llamé a mi pareja de nuevo (tuve que cortar la llamada para pasar por seguridad), necesitaba escucharle, solo me ocurre con él. Cuando trabajaba en la radio, le llamaba por teléfono antes de cada emisión y su voz siempre me tranquilizaba y los nervios se desvanecían. Y esta vez no fue diferente, mi cara se iluminó cuando le oí, casi podía sentirle a mi lado. Me habló de todo cuanto se le ocurrió, incluso de las actualizaciones de facebook y las frases de apoyo de nuestros amigos para mí. Todo esto lo hizo con el manos libres, pues se estaba afeitando y arreglando. Hablamos casi media hora hasta que, en el panel de información se anunció el número de terminal del vuelo que iba justo antes del mío y me entró de nuevo la llorera porque la siguiente era yo. Mi pareja hubiese querido consolarme, pero muy a su pesar (más al mío) tenía que colgar. Ya que su casa distaba casi dos horas en coche del aeropuerto donde me dirigía.
Me pidió que me tranquilizase y le prometí que así lo haría, pero crucé los dedos porque ambos sabíamos que esa promesa no la podría cumplir. Alargamos la despedida tipo "cuelga tú, no, mejor cuelga tú", (a veces nos ponemos de un tonto que parecemos quinceañeros) pero finalmente la llamada se cortó. Aún así permanecí con el teléfono en la oreja un par de minutos y mirando con soslayo a todo cuanto me rodeaba.

La gente parecía tranquila, unos charlando, otros ensimismados en sus portátiles y otros leyendo. De repente me acordé del libro que tenía bajo el brazo (estaba tan tensa que ni me di cuenta que aún lo tenía ahí). Intenté distraerme concentrándome en la lectura, suspiré con un leve matiz de alivio al volver a sentirme acompañada. El libro de relatos que tenía, estaba escrito por distintos autores, muchos de ellos son buenos amigos míos. Leer sus relatos con sus nombres al pie de los mismos, me dio la sensación que estaban a mi lado. Y claro, no pude evitar imaginarlos como se reirán cuando les cuente esta experiencia que estoy viviendo, seguro que a carcajadas. Eso me relajó un poco más, les prometí que escribiría con pelos y señales (en ello estoy), me ocurre cada cosa que, ¡uf! para escribir un libro, pero seguro que ni se imaginan todo lo que me ha pasado.

La tranquilidad que sentí en ese momento fue fugaz, pues una voz distorsionada que salía de un altavoz mezclada con el bullicio del lugar hizo incomprensible la misiva y mis nervios florecieron de nuevo porque estaba convencida que era una información muy importante y que debería tenerla en cuenta. Mis nervios resurgieron con más fuerza que el aguacero del Monzón.

Bajé la mirada buscando una distracción que me evadiese por completo. Y ante mí se mostró la respuesta casi como una aparición divina, una cervecería Gambrinus (lógico, seguía en Sevilla). El establecimiento estaba frente a mí, invitándome a entrar, ofreciéndome una copa...
Debo añadir que por norma general no bebo alcohol, salvo en Feria, fin de año o acontecimientos importantes, pero incluso así, suelo tomar un par de copas solamente (no asimilo muy bien el alcohol, me sienta fatal). Pero esta ocasión era especial ¡vaya si lo era!. Me levanté y fui decidida a pedirme una cerveza para intentar templar los nervios.

Pensé pedirme una caña, pero el establecimiento tenía un gran ventanal por el cual se divisaba las pistas, en ellas, habían un par de aviones mirándome con aspecto sádico (de verdad que parecía que me miraban). Otra vez descompuesta y otra vez muertita de miedo. Un hombre que estaba junto a mí en la barra pidiendo su comanda, me miró sonriente, "¿Es la primera vez que vuelas?, me preguntó con ese deje de guasa muy típico en Sevilla. Asentí con la cabeza repetidas veces y muy rápido. Me dio un par de consejos y me dijo frases tranquilizadoras que ya había oído tropecientas veces y que aún no había asimilado. Bueno, pues al final me pedí una jarra de medio litro. Regresé a mi asiento y fijé de nuevo la mirada en el panel de información.

Más o menos llevaba media jarra consumida, cuando se anunció el número de la terminal de mi vuelo. Tal fue la impresión que me dio, que me terminé la otra mitad de la cerveza de un solo trago. Recogí mis cosas y me puse en pie de un salto (mala idea). La cerveza subió tan rápido a mi cabeza como baja uno haciendo puenting. "Uuuuyyyyy, cómo sssubeeee etttoooo", dije intentando mantener el tipo. Creo que disimulé bien y que nadie me oyó. Pero ahora, recordando todo esto lo dudo mucho. Estaba dando el cante desde que puse los pies en el aeropuerto, seguro que si me lo propongo, me encuentro en youtube.

Me puse la mochila a la espalda y dirigí despacio, procurando ser elegante en mi caminar (seguro, já, já y já). Murmuraba con nerviosismo para mí "Mala idea la cerveza, muuuuy mala idea". Miré los números de las terminales para encontrar la mía, tras dejar atrás la tercera comprobé que la mía se encontraba al final del larguísimo e interminable corredor. ¿Cómo no?. Murfhy y sus cosas.

(Continuará...)


Por ti volaré. Parte III. Humor.


Me dispuse a entrar en la terminal, pero paré en seco. A través de mi móvil escuchaba (más bien intuía, pues la cabeza se me iba y daba vueltas) palabras alentadoras de mi pareja, que era el motivo (en ese momento lo veía como el culpable) de mi viaje. Caminaba tan despacio que casi parecía que iba hacia atrás. Me quedé petrificada ante la puerta automática mirándola con la misma desconfianza que Atreyu en la Historia Interminable cuando se disponía a atravesar el primer umbral para llegar al Oráculo del Sur. 
Me encendí un cigarrillo que prácticamente lo consumí en tres caladas. En esto que seguía con el móvil en la oreja y respondía a lo que me decía con sonidos inteligibles y balbuceantes. En resumen, que tenía más miedo que un muñeco de cera en una fábrica de cerillas.

Para los que no lo conocen, el aeropuerto de Sevilla no es grande ni concurrido como lo son los aeropuertos de las grandes ciudades, más bien parece una estación de autobús muy grande. Aún así, cuando entré en el hall, me sentí como Alicia tras comer esa galleta que decía "cómeme", a cada paso, me hacía más y más pequeña (lo reconozco, tengo mucha imaginación).
Mi miedo, casi fobia, era más que patente y ya no podía disimularlo ni contenerlo, me eché a llorar. Mi interlocutor intentaba tranquilizarme (seguía con el móvil en la oreja), pero sus entrecortadas y contenidas palabras, dejaban más que patente su lucha por mantener el tipo y no partirse el pecho a carcajadas.

Bueno pues allí estaba yo, con dos horas de antelación, porque, como todos los cobardes, también yo tengo mi lado de masoquista y no quería perder el vuelo. He oído de casi todo el mundo eso de estar una hora antes en el aeropuerto y claro como en el billete también lo indicaba, pues eso... una más una son dos ¿No?.  Pues no, con solo una hora bastaba.
De todas formas no podía ni quería perder el vuelo, el motivo de mi viaje bien merecía la pena, el mal rato que estaba pasando. Y una cosa sí que lo tenía seguro, que pensaba compensarlo nada más llegar.
Pero no entraré en detalles porque, como dije anteriormente (en la primera parte) puede haber niños leyendo. Bueno, pues eso, que continúo con el tema principal.

Me dispuse a buscar mi puerta de embarque, y me dirigí al mostrador de la compañía de mi vuelo. Aunque mi billete fue comprado por internet y no hacía falta facturación, quise cerciorarme que todo estaba correcto. Os recuerdo que era mi primera vez, eso y que mi billete fuese un folio impreso por mí en casa, en blanco y negro, pues que no me generaba confianza. Para mí, un billete tiene que ser de cartulina dura para que pueda también hacer su función de abanico para cuando nos agobiamos. (vengaaaa, que todos lo hemos hecho).

Esperé pacientemente mi turno (bueno, eso es un decir). La señorita que me atendió solicitó mi documentación, le entregué mi pasaporte (aunque soy natural de Sevilla, mi nacionalidad es británica). Me miró fijamente con esa cara a la que sé interpretar de tantas veces que la he visto y sé que es lo que están pensando: "Tiene pinta de todo menos de británica". Mi pelo negro y mi piel de una tonalidad que podría llegar al canela pero se queda corta, poco verifican mi origen sanguíneo, o dicho de otra manera, no tengo en absoluto pinta de "guiri". Bueno, sigo que me estoy yendo por peteneras.

Bueno, pues la señorita del mostrador me dio unas indicaciones que en principio creí no entender por culpa de los nervios. Con un gesto le pedí que me lo repitiese, y así lo hizo. En esta segunda ocasión encontré el por qué no me enteraba, a causa de mi pasaporte, la chica me habló en inglés (Que sea británica y que no tenga pajolera idea de inglés, tiene su explicación, pero mejor dejarlo para otro relato). Bueno, pues como me había enterado solo de media, la mitad. Le respondí muy despacio para evitar que se me quebrara la voz por los nervios. "Perdona, pero es la primera vez que pillo un avión y no m'enterao de ná, no quiero equivocarme y como me líe acabo en Pekín, ¿Pa dónde se va a la treminales?". (Debo hacer un inciso, por norma general no hablo así, pero cuando se pone en duda mi sevillanía hablo peor que Brad Pitt en "Cerdos y diamantes". Es una manía que tengo y ya lo sé, me lo tengo que mirar).
La señorita, sonriendo ampliamente (conteniendo una carcajada), señaló con el dedo índice, seguí con la mirada la trayectoria de ese dedo y descubrí tras de mí, sobre mi cabeza, un letrero enorme con letras negras sobre un fondo amarillo que rezaba: "Puertas de embarque" y una gran flecha vertical. Vamos, que si hubiese sido perro, me habría mordido. Roja como un tomate, le agradecí a la señorita la información con la misma sonrisa, pero la mía decía: "¿Te has quedado a gusto jamía?, pues ale, ya te he dado tema de conversación para la hora del bocadillo, jodía".

Llegué a la zona de seguridad, donde se marcaba un camino lindado con cintas para organizar la cola, el recorrido te obligaba a "zigzaguear", adelante diez pasos, atrás diez pasos, adelante... así unas cuantas veces. Después otra cola, más lenta aún, allí me hicieron quitar las botas y todo lo que podía pitar en el arco de detección de metales, puse todo lo que llevaba a mano en una bandeja de plástico. Pasé por el arco mirando al guarda con temor y pensando "verás como pita, verás como pita y la casco" (No sé por qué, pero siempre que paso por un cacharro de esos estoy segura que voy a pitar, aunque luego nunca pasa). Seguramente pillé a Murfhy despistado porque no pité y menos mal, porque los cafés que había tomado durante todo el día exigían su derecho a salir de forma urgente e imperativa. Con las piernas juntas y pegando pequeños saltitos, me dispuse a ponerme las botas, pero la cremallera se atascó con los pantis y no aguantaba más.
Entré en la terminal con la cremallera de la bota a medio subir, la gabardina mal abotonada, la mochila colgada del brazo y en ambas manos todo cuanto dispuse en la bandeja (llaves, móvil, guantes, bufanda, libro, pulseras y el billete de avión). Menos mal que encontré los aseos al momento y corrí hacia allí cojeando (la otra bota también la tenía en la mano). Supongo que no hace falta decir lo que hice a continuación porque seguro que todos lo hemos hecho más de una vez. Desparramé todo lo que tenía en las manos en el suelo del baño y me desabotoné conteniendo la respiración para aguantar algo más (¿a que nadie se ha preguntado por qué aguantamos la respiración? pero no sé, será psicológico, pero funciona, jajajajaja). El alivio que sentí, bien podría compararse al clímax de un arrebato de lujuria desenfrenada. Seguro que sabéis a que me refiero. ¡uf, que gusto da llegar a tiempo!.

(Continuará...)



Por ti volaré. Parte II. (Humor)


El graciosillo de Murfhy quiso hacer alarde sobre la certeza de su ley usándome de conejillo de indias. ¡Con la de veces que, esperando un autobús que nunca llega, ante mis narices han pasado auténticos desfiles de taxis con sus flamantes luces verdes encendidas!. Parece que lo hacen con mala uva, pues en esos momentos, nunca dispones de efectivo suficiente. Pero claro, hoy no, hoy que quiero pillar uno y nada de nada,y para incrementar mi nerviosismo, me parece incluso ver plantas rodadoras en la carretera.

Bueno, pues me dispuse a ir al hotel que distaba un par de kilómetros (Un inciso, soy sevillana y tenemos tendencia a exagerar un poquito, así que más o menos serían doscientos metros o un par de manzanas) y que sabía que justo al lado había una parada de taxis. El caso que me dispuse a cruzar una avenida de tres carriles en cada sentido (sin incisos) y después de esperar pacientemente, por decir algo, un semáforo que más bien parecía la señal de salida para correr los cien metros lisos por lo poco que duraba, Murfhy hizo de nuevo su aparición (graciosillo). Me acordé de él y de su santa madre cuando veo aparecer un taxi justo en el lado de la calzada que acababa de abandonar.
Le hice señas para hacerme notar y desgañité un "¡Taxiiiiiiiiii"! que bien pudo oírse en las afueras, vamos, para no verme u oírme. Suspiré aliviada al ver que frenaba y encendía las cuatro intermitentes. Pero con el semáforo recién cambiado, no tuve más opción que hacer alarde de mi habilidad con el rejoneo urbano. Mis recortes con los vehículos fueron vitoreados por los conductores que esquivaba, pero me reservo a escribir sus alabanzas, ya que puede haber niños leyendo. 

Entré en el interior de vehículo como si fuese el único de toda la ciudad y con voz quebradiza y agitada, indiqué al conductor el destino.
Al fin estaba cómodamente sentada en el asiento trasero del taxi y dirigiéndome al aeropuerto. Me dispuse a telefonear al causante de mi viaje. Muchas ganas de verlo sí que tenía, tantas, como pocas de despegar los pies del suelo. Él intentaba tranquilizarme entre chistes y bromas. Le conté todo cuanto me había pasado con mi peculiar forma de hablar y describir, él se rió a carcajadas ante lo que solía llamar "sevillanadas".
Más o menos me había tranquilizado cuando... Perdón, debo hacer otra pausa para explicar lo que ocurrió a continuación: Los sevillanos tenemos la habilidad innata de hacer chistes instantáneos, es decir, cualquier cosa o acontecimiento que escuchemos, si nos hace gracia, debemos sacar una "gracieta", no podemos evitarlo y reprimirlo es imposible, por lo que el taxista intervino en la conversación añadió.
- Tranquila guapa, que según he oído es el medio más seguro para viajar. Por estadística, es la mejor opción. Se estrellan como un avión cada mil vuelos y no ha habido ninguno desde hace unos novecientos y pico, tres arriba o tres abajo.
Mi cara se quedó tan blanca que me echarían de un examen de anatomía por llevar chuleta. Y para el colmo, vi por la ventanilla del taxi que había había llegando al aeropuerto y como si no fuese poco, justo en el momento que despegaba un avión... "Mira, otro que despega" murmuró el taxista con los dedos agarrotados en el volante, seguramente para intentar no partirse de risa ahí mismo. La cara se me descompuso, la voz se me quebró y todo mi cuerpo comenzó a temblar.

Solo un hilo de voz consiguió escapar de mi garganta: "Noquieronoquieronoquiero....".
Después de pagar al taxista, que por cierto, estaba rojo como una gamba cocida por aguantar la risa a causa de escuchar mis comentarios sobre mis comentarios acerca de los posibles contratiempos (graciosillo), me bajé del taxi. Miré la entrada y tras tomar aire lenta y profundamente. Con el mismo ánimo que un reo cruzando el corredor de la muerte, me dispuse a entrar en la terminal.

(Continuará...)

Por ti, volaré. Parte I. (Humor)


Miro el reloj por millonésima vez, solo faltan diez minutos para las seis de la tarde. El tictac del reloj martillea mi cabeza constantemente, claro está que es mi subconsciente ya que mi reloj es digital.
El día ya comenzó mal, con una soporífera reunión de trabajo con charla incluida sobre prevención de accidentes laborales. Mientras escuchaba (que no oía) la retahíla, intentaba imaginar qué tipo de accidente podría tener en mi puesto. Imparto clases de creación literaria en un taller cívico, así que, la única suposición que pude sacar, era que algún alumno, por un descuido se saltara un ojo con un lápiz o se cortase el dedo con el filo de una hoja, no es mortal pero ¡uf!, duele una barbaridad. Estos pensamientos me hicieron mucha gracia y quise compartirlo con mi compañero de atrás. Por su gesto y por como torció el labio hacia abajo, no le hizo gracia alguna, eso o estaba más aburrido que yo.
Al menos saqué algo gratificante de la reunión, la notificación del periodo de vacaciones de navidad, bueno más o menos son vacaciones, porque al cobrar (y cotizar) por día y hora, no pagan, así que es un parón en la nómina, así que es una sorpresa agridulce. O dicho de otra manera, es como si te regalasen una entrada preferente para una obra de teatro y luego te enteras que la fecha coincide con un compromiso ineludible. Lo tienes sí, pero no te sirve de nada.

Después de la reunión, me quedé en la cafetería que estaba cerca de mi trabajo (mala idea), tenía los nervios a flor de piel y aún así me tomé tres cafés con leche bien calentitos pero a su vez, bien cargaditos de cafeína. A las dos de la tarde ya estaba como una moto. 
La clase no comenzaba hasta las cuatro, así que no merecía la pena regresar a casa. Vivo lejos de mi puesto de trabajo, y los autobuses no son muy frecuentes (uno cada 20 ó 25 minutos), eso, más media hora de recorrido tendría el tiempo para llegar, dar la vuelta y volver a donde estoy.
Intenté hacer tiempo hablando con mi pareja por teléfono, pero solo pude alargar la charla media hora porque él tenía que trabajar y la hora de la comida se había acabado.
Casi todo el paquete de tabaco me había fumado ya, supuse que eso compensaría mi ingesta de café y decidí tomar otro, que al final resultó ser dos más.

Bueno, pues en eso estaba yo, en las seis menos diez. Y tantas cavilaciones sólo habían hecho que el reloj avanzase un minutejo. Suspiré mirando a mis alumnos, uno de ellos interrumpió mis pensamientos.
"¿Hay tarea para la semana que viene?". Miré mis apuntes simulando que leía, a causa de los nervios, no había preparado nada y me olvidé de la tarea semanal, leí el esquema que expliqué la semana anterior y la bombillita se me iluminó. "Contar una vivencia real, máximo ciento cincuenta palabras. Esa historia, será escrita cuatro veces usando en cada una de ellas un tipo distinto de narrador". Lo dije de carrerilla y sin pensar, crucé los dedos para que hayan entendido el objetivo de la tarea y no quisieran aclarar dudas. Hubo suerte, el reloj seguía avanzando. "Son menos cinco, será mejor que te marches si no quieres perder el avión". Dijo el mismo que había preguntado.

Todos mis sentidos y nervios volvieron a estar a flor de piel. Cada vez que escuchaba la palabra "avión", se me encogía el estómago menguando hasta el tamaño de un guisante. Esa era la causa de tantos nervios, me disponía a coger un avión por primera vez en mi vida, eso a pesar de que siempre me causó pavor solo la idea que otros lo hiciesen, incluso miraba con recelo los aparatos cuando sobrevolaban sobre los edificios. Mi recelo casi podría diagnosticarse como fobia, pero tampoco llega a tanto, solo me da pánico.

Me despedí de mis alumnos y tras recoger mis cosas con prisas y sin orden, salí disparada del aula dispuesta a buscar un taxi. Hecho que me dio mucho coraje, estaba casi en el centro de la ciudad y desde mi casa puedo ver la torre de control del aeropuerto, vivo tan cerca, que cuando subo a la azotea para tender la ropa, casi tengo que esquivar los trenes de aterrizaje.
Así que te tal pinta salí del centro cívico, no soy muy coqueta que digamos. Con decir que, a mi me caduca el maquillaje antes de gastarlo, pero para la ocasión me esmeré. Me puse falda (eso ya es extraordinario en mí de por sí) y mi amiga me peinó y maquilló. Eso sí, la mochila, formato escolar, deslucía un poco, pero daba igual.
Quería dar una buena impresión, así que de esa guisa y sin más demora me dirigí hacia el aeropuerto.

(Continuará...)


domingo, 16 de septiembre de 2012

Agobio

Era una tarde gris y lluviosa. El ambiente, como suele ser en estas ocasiones, estaba impregnado de una quietud y penumbra algo abrumadora. Como hija de la tierra del Sol, estos días son de sobrecogimiento dotado con pinceladas de tristeza y melancolía.

Me encontrada sentada en el sillón relajada y sumida en mis pensamientos, intentando materializar en un papel blanco pequeños bocetos de historias que se empeñaban en disiparse nada más localizarlas fugazmente, hacía semanas que mi musa se marchó sin avisar y sin determinar fecha de regreso.

De repente, mi paz se turbó. Sentí que perdía el control de mi cuerpo y todo él se tensó. Intenté dominar la situación, pero no era dueña de mí y los intentos fueron en vano.
La impotencia, la sensación angustiosa de descontrol se apoderó hasta el último rincón de mi libre albedrío. Intenté controlar la situación casi desesperada, boqueaba el aire con angustia, pero el gesto era inútil. 
La desagradable sensación incrementó hasta el punto de exprimir de unos ojos casi en órbitas, un par de lágrimas involuntarias.
No era dueña de mí y nada podía hacer, esta situación me agobiaba.

Poco a poco, la horrible sensación comenzó a disiparse, me fue liberando pausadamente  y empecé a ser dueña de mis actos de nuevo. Finalmente logré tranquilizarme, aún así, la impotencia se transformó en rabia pues, finalmente, no pude... estornudar.


Obra registrada. Código: 1209162348282

lunes, 16 de julio de 2012

Anhelo

XXIV

Palabras arrastradas por los vientos.
Se estrellan contra muros de rencor.
Agonizan sueños, hoy son tormentos.
Grilletes que me causan gran dolor.

Mas gritaré desde mi corazón.
Me estrellaré contra el muro para huir.
Y soñaré con mi única razón.
De venganza tengo la sangre a fluir.

Agónico lamento, pido ayuda.
Pues sola no estoy en la oscuridad.
¿Quien vive, hay quien comparta mi locura?.
¿Habrá quien recuerde la lealtad?.

Todos unidos contra la opresión.
Contra él los anhelos abalanzad.
Y venceremos, somos la razón.
Hallaremos la ansiada libertad.

martes, 28 de febrero de 2012

Azabache

XXIII

Azabache cabello,
que anula mi sentido,
mío el tesoro bello,
que hace sentirme vivo.

La penumbra que me rodea,
oscuridad que me conforta,
dichoso soy a mi manera,
la satisfacción que me aporta.

Azabache cabello,
que anula mi sentido,
mío el tesoro bello,
que hace sentirme vivo.

Enlazado tu cuerpo al mío,
piernas y brazos aferrados,
haciendo de tu ser mi cinto,
mi albedrío a ti aprisionado.

Azabache cabello,
que anula mi sentido,
mío el tesoro bello,
que hace sentirme vivo.

Ligero respirar procesas,
marcando así, pauta melódica,
con temores que tú en mí cesas,
creando una danza metódica.

Azabache cabello,
que anula mi sentido,
mío el tesoro bello,
que hace sentirme vivo.

Aspiro con ansia tu aroma,
olor que causan embriaguez,
cordura por ti se desploma,
ciego quedó al mirar tu tez.

Azabache cabello,
que anula mi sentido,
mío el tesoro bello,
que hace sentirme vivo.

Ligero respirar procesas,
marcando así pauta melódica,
con temores que tú en mí cesas,
creando una danza metódica.

Azabache cabello,
que anula mi sentido,
mío el tesoro bello,
que hace sentirme vivo.

Tibio es tu cuerpo de sirena,
calidez que mi ánima siente.
Orgullo en mí verte serena,
haces de mí un hombre valiente.

Azabache cabello,
que anula mis sentido,
mío el tesoro bello,
que hace sentirme vivo.

Aquí estás, dormida y tranquila,
cual gatita y sus ronroneos,
por ti entregaría mi vida,
yo te daría el mundo entero.

Azabache cabello,
que anula mi sentido,
mío el tesoro bello,
que hace sentirme vivo.

viernes, 20 de enero de 2012

Óbito

Hacía frío, breves parpadeos luminosos dibujaban el contorno de las oscuras nubes anunciando tormenta. Me ajusté un poco el chal, sólo lo suficiente para cubrir mis brazos del frescor de la noche, pero dejando a la vista mis llamativos atributos femeninos. Sonrío complaciente, aún soy atractiva para los hombres y seguiré así unos años más. Pero en mi profesión, el tiempo juega en mi contra, llegará un día que mi cuerpo no pueda darme de comer. Pero eso también lo he pensado, tengo dinero ahorrado, podré adquirir una casa de dos plantas en Whitechapel, encontrar dos o tres mozas bonitas y frescas y ejerceré de meretriz.

Mis pensamientos se interrumpieron al oír unas sonoras carcajadas, miré al fondo de la calle, la niebla londinense no permite ver nada hasta tener a la persona prácticamente encima, pero mis años en las nocturnas calles, agudizaron mis sentidos y antes incluso de dibujarse una silueta difusa, podía saber el número de personas que se acercaban o su complexión sólo con oír las pisadas. "Marineros de puerto y borrachos", sonreí satisfecha, mis clientes favoritos. Tan ebrios que se desploman inconscientes antes incluso de despojarse de sus pantalones y que me dan la posibilidad de quedarme con su bolsa de dinero sin miedo a que me reconozcan.

Bajé el chal dejando al descubierto mis hombros rectos, cogí el bajo de mi falda dejando ver mi pierna hasta el muslo y puse mis manos en las caderas echando los hombros hacia atrás para que mi busto resaltase aún más. Cuando estaban frente a mí les sonreí con picardía, mis dientes aún estaban blancos y eso denotaba que estaba sana.
Pasaron de largo, tambaleándose a duras penas, siquiera me habían visto. Volví a cubrirme los hombros suspirando resignada, "Tampoco hubiese sacado nada de ellos" me consolé, era obvio que habían gastado todo su jornal en alcohol.

En la lejanía se oyó un trueno, suspiré profundamente, era ya de madrugada y hoy no había tenido ni un solo cliente y a estas horas no encontraré ya a nadie más. Las primeras gotas de lluvia rozaron mi rostro, me coloqué el chal sobre la cabeza y me dispuse a regresar a casa. Pero un sonido me detuvo, eran unos pasos que venían hacia mí. Presté atención, el sonido era rítmico y tranquilo, puesto no estaba bebido; el sonido que sus zapatos hacía al pisar el frío adoquín me hizo saber que no era un pordiosero, sus suelas no estaban gastadas. Escudriñé entre la niebla, la forma de una silueta comenzó a emerger de la niebla.

Era un gentleman, de eso no cabía duda. Elegantemente trajeado, con blancos botines sobres sus zapatos de charol negro; su larga y oscura capa, no disimulaba su complexión esbelta; de mediana estatura, aunque su sombrero de copa forrado de seda negra le daba apariencia de más altitud. Se detuvo un instante, pese a la niebla y la oscuridad de la noche, sentí que me estaba mirando.
La curiosidad me embriagó, ¿qué hacía un hombre como él en el West End?. Yo no soy una prostituta de sociedad, soy de los suburbios más humildes de Londres.
En un par de ocasiones me topé con caballeros de la alta sociedad, aventurándose en los burdeles de la zona buscando a jovencitas de aspecto virginal, pero nunca, en todos mis años en la calle, no vi a ninguno parecido buscar compañía en estas calles. "Podría haberse perdido", pensé, pero escuché el relinchar de un caballo no muy lejos, seguramente sea su carruaje.
Caminó hacia mí, la curiosidad me dejó inmóvil, le vi acercarse decidido hasta que estuvimos el uno frente al otro. Tenía un aspecto gallardo; maduro, pero muy atractivo; sus canas salpicadas a capricho entre su oscuro y aceitado cabello le daba un ápice de misterio atrayente. Me miraba fijamente, con lascivia y eso para mí era un halago, respondí a su mirada con una amplia sonrisa, dejando que el chal resbalase lentamente de mi hombro.

Sin decir nada, se echó sobre mí pegando mi espalda contra el frío y húmedo muro del callejón. Sus impacientes manos me buscaron bajo mis faldas, mientras sus labios devoraban mi cuello y hombros. Pese a la brusquedad de sus actos, me sentía bien y me gustaba. Hacía mucho que no me tocaban sin que  los vapores del alcohol me turbasen o callosas manos me sobasen con torpeza provocando náuseas. Mis manos se deslizaron por su torso buscando su miembro viril, cuando comencé a bajar de la cintura, me agarró de la muñeca fuertemente y me apartó de él.
Como un relámpago, su puño impactó en mi cara, tan fuerte fue el golpe que me hizo caer al suelo girando antes sobre mí misma. Aturdida y confusa, llevé la mano a mis labios y observé las yemas ensangrentadas. Quise soltarle infinidad de improperios, hacer alarde de mi extenso vocabulario adquirido en los bajos fondos, pero sacó su diestra del interior de la capa y la visión del largo y brillante cuchillo me enmudeció.

Repté balbuceando, suplicando y desesperada en busca de una salida, oí tras de mí su paso tranquilo, me agarró del cabello y como si de un ligero fardo fuese, me arrastró por el suelo fuera del callejón hasta dejarme bajo la luz de una farola.  Grité cuanto pude, aún sabiendo que nadie saldría en mi auxilio, en estos lares, cada cual solventa sus propios problemas. 
Me tapó boca y nariz con un pañuelo húmedo que parecía oler a éter, dejándome consciente pero carente de reacción. Se situó sobre mí, recorrió el contorno de mi figura con la mirada y se postró apoyándose ligeramente sobre mis muslos. Nuestras miradas se encontraron y combatieron en una muda lucha, había odio en su mirada, mucho odio. Pude sentir el aliento de la muerte que hacia mí se vaticinaba. El frío acero se clavó en mi vientre haciendo un macabro recorrido ascendente hacia mi torso, sentí una sustancia viscosa y caliente que rodeaba mi cuerpo, supe que era mi propia sangre. Intenté gritar de nuevo, pero con un rápido movimiento sujetó mi frente con una mano mientras que con la otra sesgó un corte certero en mi garganta seccionando mis cuerdas vocales. Me estaba hiriendo de mortal necesidad, pero lo hacía lentamente y bien calculado. Parecía que disfrutaba con su hacer y quería que yo fuese consciente de todo cuanto me hacía. El dolor que me provocaba era insoportable pero insuficiente para la clemencia de un desmayo.

Apenas me quedaba un hilo de vida, el gentleman, se inclinó sobre mí y me besó en los labios con suavidad y ternura y justo antes de incorporarse, me susurró al oído con voz casi melódica... "Yo soy Jack".  Se incorporó y me dio la espalda, se marchó caminando con paso tranquilo. Con mi último aliento de vida, giré la cabeza en su dirección y le vi alejarse entre la cortina de agua que el cielo descargaba en aquel momento, pero el eco de sus carcajadas llegaba hasta mí después de desaparecer...


(Nota del autor: "Jack" es el seudónimo que la prensa otorgó a este asesino anónimo. Las cartas que él dirigía a la prensa las firmó con la siguiente leyenda. "Desde el infierno".
Es uno de los misterios sin resolver más polémicos de la historia. Se han elaborado innumerables hipótesis, pero ninguna ha podido se corroborada satisfactoriamente)


Obra registrada Código: 1201200944340


martes, 10 de enero de 2012

Desvarío (Humor)

Querida yo:

Esta inútil carta (o no) es para mí, es decir, para ti que eres mi yo del pasado. ¿Que por qué la escribo?, pues por si me topo con Marthy Mcfly y su máquina del tiempo ¿no te fastidia?, aunque es mejor decir que es porque estoy como una auténtica cabra. Lo dicen todos, hasta tengo papeles que lo confirman. También considero este inciso como inútil, porque, si tu eres yo, sabes como soy, es decir como eres o para ser más concretos, cómo somos. Pero, por si acaso no me han encerrado y tirado la llave, estaré atenta al 21 de octubre de 2015, pues  por eso te escribo o me escribo o nos escribimos porque mi yo del presente escribe a mi yo del pasado que eres tú, pero claro, yo para ti no soy el yo del presente aunque para mí sí lo soy, soy tu yo del futuro. Creo que eso ya ha quedado claro. ¿No?

Bueno, pues voy al grano porque sé que esta carta no te ha llegado nunca pues de ser así, mi patética vida de mierda hubiese cambiado un poco bastante, eso o como ya nos conocemos, has optado por hacer lo que te viene en gana y pasar de los consejos ajenos, pero insisto, yo no soy ajeno, yo soy yo, es decir... que tú eres yo o yo soy tú.

En primer lugar el colegio, (no voy a decir que estudies porque es más que obvio que no lo vas a hacer, pedazo de vaga) sólo advertirte que en tercer curso, Juan Gutiérrez te levantará la falda cuando estés representando "La Hormiga y la Cigarra". (Por cierto, no te hagas ilusiones no serás protagonista, te tocará hacer de hoja) Toda la clase se reirá de ti, ¿Mi consejo?, evita ese día las bragas de Epi.
En sexto grado, no se te ocurra presentarte voluntaria para guardar los equipos de gimnasia, es una trampa, estarás pringada todo el año. También aconsejarte que, Ramón García, confesará sus sentimientos. No te rías de él ni te burles, porque después de unos años el tío se va a poner tela de cañón y serás tú quien querrá buscarlo y él sea quien pase de ti, pringada.
Cuando acabes octavo, recuerda que el curso, pedazo de vaga, para ti acaba en septiembre, así que, si quieres darle tu sincera opinión al jefe de estudios sobre lo que piensas de él, espera a septiembre, a ver si pensamos pedazo de idiota.

En segundo lugar, el instituto. Ahí quiero hacer un inciso, no con los estudios que ya se refleja en mi vida. Cuando te des el lote con Fran Hernández en la sala de audiovisuales, asegúrate que la cámara está apagada y si no te importa (que no te importará) al menos asegúrate de sonaros la nariz, porque la pelotilla que iba de mejilla a mejilla (no sé de quién sería) pero fue lo más comentado durante los siguientes dos años.

En tercer lugar, el trabajo. Ahí no sé qué decirte, porque lo hiciste bien so joía, aunque deberías aprender a decir que no de vez en cuando, que te toman de pringada y al final no te servirá de nada. Eso sí, cuando quieras lucirte con el jefe y los compañeros, invitándolos a comer a casa, asegúrate de guardar todos los objetos decorativos que tomaste "prestado" de la empresa. Te puedo asegurar que el jarrón Ming (que por cierto, es de imitación barata del bazar de la esquina) del despacho del director, no se camufla tan fácilmente, piensa algo más que unas pegatinas de Bob Esponja. Es que no pensamos, jamía.

¿Los ligues?. Uffffff, ahí mejor me reservo la sorpresa. Eso sí, si quieres pistas, te diré los que ni siquiera merecieron la pena, empecemos: con la A: Álvaro, Adrián, Alejandro, A...
(Bueno, que me aburro, mejor que sea una sorpresa, será mi venganza por vaga y poco estudiosa, así que te jodes).

Creo que ésto es más que suficiente, porque insisto, si mi vida sigue siendo así de mierda y patética es porque esta carta no la leíste o ni te llegó o simplemente pasaste de mí, que en realidad estás pasando de ti, que te recuerdo que yo soy tú, así que las últimas líneas son para mi yo del futuro.

Querida yo del futuro:

Sé que tienes una vida de mierda, pero antes de escribirme una carta para echarme la bronca, quiero dejarte claro que la culpa es de nuestra yo del pasado. Ojo yo no, que soy tu yo del pasado, lo sé. Me refiero a mi yo del pasado, que en tu caso quién sería ¿tu yo-yo?. Bueno, pues la bronca se la echas a la yo-yo, que intentar, yo lo intenté.

Bueno, yo del pasado y yo del futuro, ya no puedo seguir escribiendo porque hace más de una hora que tenía que haberme tomado la medicación y los temblores y tics ya son demasiados pronunciados como para continuar. Así que me despido de vosotras o de nosotras o de mí misma, creo que da igual por que todas somos yo o nosotras, como queráis.

Atentamente, vuestra yo actual. Que para la yo del pasado seré la yo del futuro y para la yo del futuro seré la segunda yo del pasado.

Un abrazo, pedazo de piradas.

P.D. Para la yo del pasado: 14-19-28-30-37-39. Reintegro: 4.

P.D. Para la yo del futuro: ¿Alguna sugerencia para el 22 de Diciembre?


Obra registrada. Código: 1201100888102

jueves, 5 de enero de 2012

Rescate.

Nunca vi tanto espanto en la cara de un niño, esa mirada seguía impresa en mi memoria. El tren traqueteaba con un ritmo que se me antojó alegre, posé mi cabeza sobre el cristal de la ventanilla, el temblor del vidrio cosquilleaba mi sien. Observé al exterior, un hermoso atardecer, el más bello que haya visto antes, era una estampa que admirable. Observé con cierto aire de melancolía, los últimos resquicios de mi periodo estival. En un par de días, volveré a la rutina, a los atascos, al jefe inconformista, al casero pesado, las quejas vecinales... Suspiro profundamente y me fijo más detenidamente en el Sol mientras éste, se sumergía con letargo en el mar.
El mar, objetivo de mi descanso, inspirador y restaurador de almas inquietas. La cara de ese niño volvió a mi memoria y me dejé llevar por los recuerdos...

Como cada mañana, cuando despuntaban los primeros rayos de Sol, salía a correr. Bajaba a la playa y disfrutaba del trote. Ese día me propuse batir mi propio récord, mismo tiempo pero más distancia. Pensé en la cala que había al final de la playa, podría descansar allí, era un sitio precioso. Mientras controlaba mi respiración, repasaba mentalmente todo lo que tenía que hacer durante el día: Otra fiesta esa noche, así que tendría que ir de tiendas de nuevo. También había quedado a comer con la gente del club, creo que podré ir a la peluquería después de ese almuerzo y tal vez me conceda el capricho de un masaje. Sonreí satisfecha, estaba resultando ser otro verano pleno, rebosante de fiestas, comidas y compras. ¿Se puede pedir algo más?.

De pronto paré, me quedé casi congelada. La luz del amanecer aún era demasiado tenue como para poder distinguir con nitidez, sólo pude cerciorarme de que, numerosas sombras salían de las entrañas del mar y desaparecían entre rocas y calas. Me sentía más curiosa que asustada, enseguida supe de qué se trataba ese alboroto, una embarcación hinchable había alcanzado la playa. Chasqueé la lengua molesta mientras veía cómo las sombras desaparecían. Cada sombra representaba para mí a un futuro vendedor de pañuelos, pesado e incordiante  junto a un semáforo que tarda una eternidad en cambiar y que querrá que compre sus pañuelos desechables o intentará limpiar el parabrisas de mi impoluto porche. Una excusa para copar los espacios publicitarios de televisión con lacrimógenas imágenes para hacernos sentir culpables por tener mejor vida que otros. ¡Como si fuese culpa nuestra, malditos manipuladores!
Continué el trayecto al trote, fastidiada porque la escena había deslucido un hermoso amanecer, al menos me consolaba pensar que ya tenía un tema para comentar en el almuerzo.

Cuando llegué a la altura de la frágil y semi hinchada embarcación, aminoré el ritmo poco a poco. Algo llamó mi atención y me acerqué como si fuese guiada por una extraña invitación. Era un sonido leve, muy tenue, similar al lamento de un gatito. Miré ambos lados, la playa estaba desierta, caminé despacio y guiada por el sonido, provenía de la precaria embarcación. Un bulto se agitó nervioso, di un respingo, era demasiado grande como para ser un gato. Y entonces supe de qué se trataba, quise correr y alejarme, pero la curiosidad me atraía hacia la desconcertante figura. Mis piernas se petrificaron, no quisieron responder, quise salir corriendo y buscar a alguien que se encargase de tan engorroso problema. Pero mi conciencia fue más rápida y frenó mi impulso. Los ojos aterrados de un niño se clavaron en mí, pero no tenía una mirada inocente e infantil, su mirada era fría y opaca, reflejaba sufrimiento, miedo demasiado miedo para alguien tan pequeño y era más que evidente que sentía pavor de mí.

Me acerqué para verlo mejor, el pequeño se revolvió inquieto, pero siquiera tenía fuerzas para ponerse en pie, solo pudo volver a emitir ese murmullo quejoso que llamó mi atención y me atrajo a él. Volví a mirar los alrededores, esta vez con reproche, la madre del pequeño o su adulto responsable, podría ser una de esas sombras que huyeron dejándole completamente sólo. Sentí un nudo en la garganta al pensar en la probabilidad que ella siquiera hubiese llegado a la costa. El pequeño señaló al mar con su escuálido brazo, era tan delgado que temía que la misma brisa pudiese quebrarlo, me miró y dijo algo en otro idioma. No hizo falta traducción, su mirada, su temblor, su voz quebrada... lo que sabía de las noticias y el mar me dijo todo.
Cogí al pequeño en brazos, era tremendamente ligero, lo sujeté con mucho cuidado. Era tal su fragilidad, que estaba convencida que cualquier movimiento brusco le podría dañar. Me dirigí al puesto de la Cruz Roja, tarareando por el camino una nana mientras, inconscientemente acariciaba la sien al pequeño.

No me aparté de él durante todo el verano. En las revisiones médicas cogía mi mano cuando le exploraban, parecía que mi presencia le calmaba e incluso después de tres días, parecía alegrarse de verme. Cuando llegaba al centro y me miraba, sus ojos se iluminaban.
En una de esas visitas, más o menos una semana después de conocernos, le vi sonreír por primera vez, esa primera sonrisa cambió por completo mi perspectiva de la vida. Cambié los almuerzos del club por bocadillos bajo la sombra de un árbol. Las fiestas nocturnas por nanas antes de dormir, las frívolas compras por adquisiciones de primera necesidad. Mis conjuntos de última moda y diseño por una camiseta blanca con el emblema de la Cruz Roja. Compré ropa nueva para mi nuevo amigo y todos los demás, al principio sólo visitaba pero sabía que no era suficiente. Pronto encontraron un lugar para mi, no fue difícil, siempre hacía falta ayuda. Enseñé a Omar, que así se llamaba mi amiguito, hablar mi idioma, él me enseñó un poco de la suya. Me habló de su ciudad donde no había cristales porque los ruidos fuertes los rompieron; de su gente que como su familia, huyeron por miedo a que ocurra un nuevo ataque y ya no puedan despertar y de su madre de cómo una ola en plena tormenta, la hizo desaparecer en la inmensidad del mar. Me lo contaba con dibujos, dibujos demasiado impactantes y crueles. Sabía de esa guerra, lo vi en las noticias, pero esos dibujos eran más impactantes y contundente que cualquier informativo. Él me hablaba mientras dibujaba y yo sólo escuchaba.
Sabía que la vida no era tan fácil en otros lugares, pero hasta conocer a Omar, desconocía la tragedia del hambre, la miseria y la guerra. Me recriminé y avergoncé de mí misma al recordar cómo cambiaba de canal porque el asunto no me interesaba.

Llegó el momento de partir, debía regresar a casa. Omar me abrazaba con fuerza, me suplicaba que me quedase con él, que le llevara conmigo. Se me partía el corazón, pues sabía que sería muy difícil, casi imposible, sólo se me ocurrió pedirle que fuese paciente. Le prometí que le visitaría siempre que pudiese y que pronto nos volveríamos a ver. Las típicas promesas de despedida, pero en mi caso decía la verdad, haría lo imposible para no romper esa promesa. Omar asintió pero no dejó de llorar. Le acaricié su pelo rebelde y me marché luchando conmigo misma por no mirar atrás porque me partiría un corazón que ya estaba quebrado. No podría soportar mirarle una vez más, porque no podría marcharme sin él y no podía hacer nada por lo contrario, al menos, inmediatamente.

El asistente social se despidió de mí en la puerta, me agradeció con sinceridad mi colaboración, no sólo la económica, sobre todo la moral y física y me aseguró que yo había hecho un gran bien en rescatar a Omar. Negué con la cabeza sonriendo ampliamente...
-¿Sabes?, en realidad fue él quien me rescató. Me rescató de la soberbia, de la indiferencia y del egoísmo. Gracias a él pude encontrarme conmigo misma.

Caminé sintiéndome ligera y libre y eso era porque ya no portaba ninguna carcasa ni llevaba lastres de egoísmo y prejuicios, soy quien siempre fui pero que, con el paso de los años olvidé y así hubiese seguido si Omar no me hubiese rescatado.



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