martes, 26 de julio de 2011

El sótano (Terror)

Me desperté sobresaltada, el corazón me latía con violencia, otra vez. Escudriñé la habitación con dificultad, la claridad de la luna llena sólo permitía perfilar el contorno de los escasos muebles. Tanteando la mesilla localicé mi móvil, dí a una tecla cualquiera y su pantalla se iluminó, las tres de la mañana. La misma hora desde hace una semana, me despierto así, siempre en el mismo estado sin saber qué me lo había provocado. Todo en completo silencio.

Me giré dando la espalda a la ventana cuyos visillos se movían a un ritmo casi espectral. Siempre presumí de mi exceptismo, pero ésta vieja casa comienza a quebrar mi seguridad. Parpadeaba lentamente esperando que el cansancio se apoderara de mí. Observaba la puerta entreabierta, parecía que se movía sutílmente, puede que sea a causa de la sugestión de mi estado o incluso de un efecto óptico causado por la penumbra. Mientras debatía intrernamente las dos posibilidades ví una silueta oscura que pasó apresurada entre el resquicio. Me incorporé sobresaltada, la silueta no era muy alta, podría ser de un niño. Imposible, ¿cómo podría haber llegado un niño a esta casa en plena noche?.

Encendí la luz de mi mesilla, mientras pensaba en posibles respuestas, se podría haber perdido. El lugar habitado más próximo estaba a un par de kilómetros, demasiados para un infante sobre todo en mitad de la noche. ¿Cómo podría haber entrado?, recordé que la puerta de la cocina que daba al jardín trasero tenía el pomo roto, con empujarla bastaba para poder abrir. Salí al corredor en busca del misterioso niño, la madera del piso crujía a cada paso. Distraje mi mente mientras iluminaba con una linterna cada habitación por la que pasaba. Pensaba en cómo había llegado a ser mía esta casona victoriana con dos acres de terreno y rodeada de bosques.

Mi madre me abandonó, crecí migrando de ciudad en ciudad, de familiar en familiar. Nunca tuve lo que se podía haber llamado un hogar convencional. Hace poco más de una semana, un abogado apareció en mi diminuto apartamento. Fue breve, mi madre había fallecido y me dejaba en herencia esta casa. Según mi abuelo, enloqueció de remordimientos y cuando una extraña enfermedad degenerativa se la llevó para siempre, pidió verme. Pero fueron tantos mis traslados que, cuando dieron conmigo, era tarde. Ví a mi madre por primera y última vez en la mesa de autopsias, con el cabello gris y encrespado, me pareció muy bella pese a su palidez.

Una risa infantil me arrancó con brusquedad de mis pensamientos, me giré sobresaltada en dirección al sonido emitido, mi corazón volvía a latir con violencia. La lógica no podía excusar ese sonido, me guié por él y bajé hasta la planta principal de la casa, pequeños rayos de luna se colaban a través de las ventanas. Con el haz de mi linterna marqué un semicírculo alrededor del amplio hall, dí un sobresalto al volver a ver al infante, esta vez con mayor precisión. Una niña descalza, con cabello negro y largo, correteó hacia la puerta que daba al sótano, lugar que aún no conocía de la casa.

Pese a que la cordura me pedía a gritos que desistiese, el subconsciente anulaba la razón, con pasos inseguros me dirigí hacia el sótano bajo el haz de la linterna que temblaba a causa de la falta de rigidez en mi pulso. Miré escaleras abajo, no podía divisar el fondo, era una escalera de caracol hecha de piedra. La risa infantil sonó lejana, parecía profundo. Comencé a bajar las escaleras guiándome con la pared, había bajado unos veinte escalones cuando la linterna se apagó. Con movimientos casi histéricos intentaba encenderla pero fue en vano. Subí casi desesperada dos o tres escalones, pero divisé algo de claridad en el ojo de la escalera. En el sótano había luz, decidí bajar porque de lo contrario, estaba segura que nunca lo haría.

El tramo de escalera terminó bruscamente y sentí que caía al vacío, un grito de pánico salió del fondo de mi garganta aún sabiendo que nadie me oiría. El impacto fue brutal, sentí cómo mi interior reventaba, había caido sobre un montón de utensilios de madera o un material parecido, era liso pero a la vez rugoso. Intenté moverme pero sabía que la caída era mortal de necesidad, agonizaba. Como si fuese una broma de la ironía, mi linterna se encendió sóla.

Los ojos casi salieron de sus órbitas a causa del pánico que me causó la macabra visión. Decenas de calaveras y huesos de niños eran las que amortiguaron mi caida para relantizar mi muerte. Las lágrimas me nublaron la vista y entonces la vi...

La reconocí al instante, era la misma bella mujer que ví sin vida... mi madre. Susurraba algo casi inaudible, la escuchaba aterrorizada mientras me aferraba al fino hilo de vida que me quedaba. Cuando la oscuridad absoluta me envolvió pude oir con claridad sus palabras:
"Ya estás conmigo mi niña, intenté sustituirte muchas veces, pero eran malos, querían dejarme, ya estás conmigo mi niña...".


Obra registrada. Código: 1111250598816

jueves, 21 de julio de 2011

Te quiero (Poesía)


XIII

¿De cuantas formas te dije te quiero?
tantas como gotas tiene el aguacero,
tantas como olas de la mar.
tantas como mis ganas de amar.

¿De cuantas formas te he besado?
tantas como el fuego de mi pasión,
tantas como la ternura de mi corazón,
tantas como la pureza de mi estado.

¿De cuantas formas te lo he demostrado?
tantas como días tiene el infinito
tantas como luces del cielo estrellado
tantas como la fuerza del enamorado.

¿De cuantas formas te he soñado?
tantas como mi recuerdo atesorado
tantas como mi pasión desenfrenada
tantas como la belleza de la alborada.

Y aún así, me faltan las palabras
para decirlo, para describirlo,
para demostrarlo, para vivirlo...
para decirte cuánto te quiero.


Obra registrada. Código: 1111250598809





viernes, 8 de julio de 2011

La Travesía. (Relato)

La mar en calma, apenas la quilla rompía las olas, su leve rumor rodeaba el velero como un tenue murmullo. Permanecí ensimismada imaginando que algo me decía, su sonido rítmico desbordaba mi imaginación, poco a poco comencé a entender lo que la mar susurraba, podía entender los preciosos versos, llenos de sentimientos, de emoción, dolor, tristeza. Todos ellos acompasados con el vaivén del velero.

Su rumor sosegaba mi alma inquieta, que, deseosa de encontrar un lugar donde expandirse, encontró su sitio en este velero. Levanté la vista hacia el cielo azabache salpicado de con miles de estrellas que guiaban el rumbo y en lo más álto de la noche, una preciosa Luna que, aunque se encontraba distante, permanecía vigilante al velero, siguiéndolo fielmente. El velero sabía que, aunque a veces algunas nubes la ocultaban, siempre permanecía presente en el rumbo y lograba encontrar un claro para poder iluminar el velero aunque fuese un instante, lo suficiente para hacer saber, que estaba allí. Camino hacia la popa para observarla mejor y lanzo un beso hacia la Luna vigía, sonrío levemente pues sé que me responderá, tal vez hoy, tal vez mañana... pues siempre encuentra el modo de bañarnos con su brillo. 

El velero permanecía siempre con sus velas desplegadas, navegando con brío hacia el horizonte del destino descrito por los sueños y anhelos de la tripulación. Los cuales, siempre atentos de cada uno de ellos, trabajando con ilusión y desenfreno. Entregándo lo mejor de uno al servicio de los demás, complementando así, un grupo homogéneo de talento, ingenio, imaginación y afán de superación. Y sobre todo, siempre ilusionados ante la llegada de un nuevo miembro, que curiosos y deseosos de conocerlo, lo reciben con la más calurosa de las bienvenidas, pues, aunque en apariencia parece un pequeño velero, siempre hay un sitio para uno más.

Recuerdo cuando me enrolaron para esta travesía, entré con timidez sin saber realmente qué me encontraría y hacia dónde llevaría su rumbo. Lo primero que hice fue bajar para curiosear el interior del velero, en el cual, se encontraban los camarotes dispuestos para cada miembro de la tripulación, me quedé sorprendida al comprobar que en una de ellas estaba mi nombre grabado. 
Salieron a mi encuentro, el Capitán y la Almirante del velero que me acogieron con alegría y cariño, me dejé llevar hacia la cubierta. Allí se encontaba el resto de la tripulación que me observaban con amplias sonrisas y miradas cómplices. Me quedé sorprendida al verles, pues ya los conocía. 

Con muchos de ellos, compartía breves tertulias en el mesón de un puerto que me gustaba frecuentar. Un mesón donde cada uno podía expresarse tal y como es, sin velos, ignorando por completo los estatutos del aparentar. Me gustaba ir allí, pues cuando tenía la oportunidad de expresarme, sentía como si fuese una más.
Y ahora los tengo frente a mí, acogiéndome con cariño, yo acepté con agrado e ilusión su bienvenida. No me sentí como un miembro nuevo sino una más, como si hubiese pertenecido al velero desde hacía mucho tiempo.

Ya pasó mucho tiempo desde entonces, y siempre tengo un momento para hacer saber lo felíz que me siento de haber embarcado. La ilusión que me hace compartir con ellos un viaje hacia un rumbo establecido y común. No hay día que no aprenda algo nuevo de ellos y noche que no me acueste agradeciendo la invitación.
LLegué al velero en un momento crucial de mi vida, justo cuando estaba a punto de zozobrar en una tormenta de sentimientos de abandono y frustración, de deseo e impotencia, de sueños y pesadillas... Ahora no tengo miedo a hundirme, pues sé que el velero vigila y cuida a cada miembro de su tripulación.

Y así continua su travesía sin fin,surcando los océanos y mares, buscando nuevos puertos para enrolar más tripulación, pues siempre en este velero hay sitio para uno más... para uno más.

Obra registrada. Código: 1111250598779

miércoles, 6 de julio de 2011

El destino. (Poesía).

XII


El tiempo vuela...

Nuestro momento llegará,
no lo dudes, no decaigas,
amor mío, no, no lo hagas,
este sufrimiento pasará.

El destino juega...

Arduo camino hemos recorrido,
dudas, miedos, cobardía...
era nuestro día a día,
y cómo lo teníamos escondido.

La certeza a prueba...

Ya no, se acabó, no puedo más,
mi corazón quiere gritar,
mi alma quiere escapar,
no quiero volver a llorar jamás.

El momento llega...

Escapemos de las sombras,
caminemos hacia la luz,
liberemos esta cruz,
olvidemos las normas.

La tranformación nace...

Sí, podría derramar lágrimas,
cuando llegue la felicidad,
cuando abrace la libertad,
y creemos nuevas rimas.

El miedo se deshace...

Que oigan todos, lo que digo,
lo diré sin vergüenza,
lo gritaré sin sutileza,
Tú, amor mío, eres mi sino.

Obra registrada. Código: 1111250598762