domingo, 29 de mayo de 2011

Soledad (Relato)

Desvío la mirada del televisor parpadeando varias veces para calmar la sensación de ardor que tengo en los ojos a causa de estar varias horas mirando sin ver nada. Las imágenes desfilaron durante horas ante mí, escuchando sin oír nada. La estancia estaba en penumbra, las sombras bailaban al ritmo de la luz que emitía la pantalla. Se había hecho de noche, un día más terminó.

Me incorporé con todos los músculos entumecidos a causa de la falta de movimiento, me había convertido en un mueble más de la estancia un objeto inmóvil, silencioso e inerte.
Todo estaba en completo silencio, ya ni recordaba el sonido de mi propia voz. Si cerraba los ojos podía escuchar con nitidez el eco de tus palabras que quedó impresa en las paredes como recordatorio de un tiempo feliz, el sello del pasado.
No quise ver las señales, estaba tan confiado de mi estabilidad, de mi seguridad que ignoré tus llamadas desesperadas lanzadas desde tu mirada opaca. Siquiera vi que tus ojos carecían ya de brillo, no recuerdo cuando se volvieron así.

Ignoré tu tristeza que ocultabas recostada en la cama, dándome la espalda mientras tus hombros temblaban ligeramente marcando el ritmo de tu silencioso llanto. No quise verlo. Te daba la espalda también y mientras apagaba la lamparita, pensaba para mí, "ya se le pasará" y con ésa estúpida certeza me dormía sin decir nada más, con tranquilidad y sin remordimientos.

Cuando nos sentábamos juntos a comer, sentados uno frente a otro escuchando el noticiario, nuestras largas charlas fueron suplidas por voces extrañas que se convirtieron en compañeras de nuestro silencio roto en ocasiones por comentarios banales y respuestas monosilábicas. Pero esa fría rutina me conformaba.

Pero tu tristeza, tu silencio, tus lágrimas se acumularon en tu alma oprimiendo tu vitalidad, enfriando tu corazón hasta que un día, no importa cual, salió al exterior.
Los reproches salieron de tu boca atropelladamente, tus anhelos ignorados, tus sentimientos pisoteados... se lanzaron hacia mí como dagas que se clavaron en mí dejándome incrustado en la cruda realidad, la que no quise ver, la que siempre ignoré.

Intenté reparar el daño causado, poner remedio ante tanta aflicción pero no supe hacerlo, los pedazos de nuestra unión eran demasiados para poder unirlos sin dejar cicatriz, había erosionado nuestra relación por culpa de mi egoísmo, de mi indiferencia y ya era tarde para poner remedio, el fin llamaba a mi puerta y sólo pude verte marchar. Ahora eras tú quien me ignoraba, te alejaste sin mirar atrás. No pudiste ver mi desesperación, mi remordimiento. No oíste mis súplicas mi arrepentimiento.

No te fuiste de mi vida, te eché yo. Te aparté de mí, apagué la llama de nuestra unión dejando verter sobre ella tus lágrimas, enmudecí tus sentimientos envolviéndolos con eternos silencios. No te marchaste, yo abrí la puerta y te mostré el camino.
Los silencios que nos acompañaban me atormentan a cada momento, la calidez de tu cuerpo desapareció de mis sábanas. La alegría de tu compañía era sólo un leve recuerdo haciéndome dudar si tal vez, hubiese sido un espejismo.

¿Quién estará escuchado tu risa, se arropará con tu piel, quién te contará mil y una nuevas historias, cuidará de tus ilusiones? Yo no, ya no.
Me derrumbo sobre la cama, buscando en vano tu compañía pero como cada noche, tu lugar está ocupado por mi nueva compañera... La soledad.

Sylvia Ellston.
Obra registrada. Código: 1111250598298

3 comentarios:

  1. Bien, ahora ya veo que me deja comentar. Este relato lo leí ayer y me pareció precioso.
    Has retratado fielmente la soledad, enmarcándola con bellas palabras.

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  2. Es así, muchos son los que no valoran lo que tienen hasta que lo han perdido. Es el momento de recapacitar y arrepentirse aunque sea tarde.

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  3. Lo peor de toda situación similar a ésta, es que el agua pasada no mueve molinos

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